El conflicto de autodeterminación de Catalunya está condenado a la cronificación mientras no haya un cambio importante de actitudes y posiciones. Es una opción que hoy parece lejana: la confrontación política alimenta y se retro-alimenta de una espiral de agravios.

Desde una perspectiva teórica el marco normativo estatal podría ajustarse para responder a las aspiraciones representadas por una mayoría del Parlament. Hay fórmulas que permiten un debate más elaborado que la disyuntiva entre referéndum de independencia sí o no. En la práctica esta opción parece inverosímil porque la confrontación ha creado marcos mentales y emocionales muy cerrados. Hoy los adversarios se ven como enemigos, en una dinámica de confrontación enfocada a la mutua des-legitimación. Predomina la voluntad de vencer sobre el esfuerzo por convencer.

Los conflictos de autodeterminación son especialmente difíciles de tratar dado que las posturas en disputa cuestionan la identidad, la esencia de las partes en disputa. Pero también hay referentes de conflictos que han dado con una salida a través del diálogo y la negociación, que no necesariamente es definitiva pero que ofrece un marco temporal de convivencia social y colaboración institucional, como ha pasado en Groenlandia o en Quebec.

Las condiciones para un diálogo social y político se pueden resumir en:

  1. Reconocimiento del problema. No hay que pedir un consenso sobre las raíces del problema, ni sobre los grados de responsabilidad de los diferentes actores: empezar por aquí llevaría a un callejón sin salida. Pero sin un reconocimiento de la existencia de un conflicto, y de la corresponsabilidad en su resolución, no se puede adelantar.
  2. Acuerdo en el desacuerdo. Hay que volver a normalizar la diferencia: le gente debe poder estar de acuerdo o en desacuerdo con las aspiraciones independentistas. Tiene que poder estar de acuerdo o en desacuerdo con la sentencia del Tribunal Supremo sobre el juicio del Proceso. Y tiene que poder defender lo que piensa sin que se le cuestione la legitimidad. Hay que detener la criminalización del independentismo y la demonización de la democracia española.
  3. Disposición a ceder. No tiene sentido entrar en un proceso de negociación sin la voluntad (y capacidad) de ceder en ciertos aspectos que inicialmente parecen intocables. Nadie debe renunciar a sus principios y aspiraciones. No se trata de encontrar una solución intermedia. Se trata de llegar a acuerdos transversales sobre unos mecanismos y unas nuevas reglas del juego que puedan ser aceptadas por mayorías amplias y transversales.

Aparte de estas tres condiciones elementales, los procesos de diálogo y negociación necesitan:

  • Creatividad. No hay soluciones obvias o fáciles para problemas complejos. Nadie tiene la receta de cómo solucionar el problema. Los retos del siglo XXI exigen buscar alternativas que no tienen antecedentes.
  • Inclusión. El conflicto no se resolverá sólo con una mesa de negociación entre gobiernos. Todo actor social, económico y político afectado tiene que poder sentirse co-partícipe de la solución. Cuando mayor apropiación colectiva, más opciones de éxito. Hará falta pues, empezar múltiples espacios de encuentro y diálogo entre diferentes, y pensar en múltiples mesas de negociación.
  • Audacia. Para tender puentes hacen falta personas dispuestas a salir de su ámbito de referencia. Es una tarea arriesgada porque puede ser recibida con desconfianza u hostilidad tanto por propios como por extraños.
  • Dignidad. Un cúmulo de opiniones políticas, sentencias judiciales y relatos de medios de comunicación han sido percibidos como una humillación por gran parte de la ciudadanía catalana. Por otra parte, el independentismo ha sido percibido como condescendiente y hostil por sectores de la sociedad catalana no independentista, y no ha medido los efectos en la ciudadanía española del cuestionamiento de su salud democrática.

El conflicto viene de antiguo y va para largo. Mientras dure debemos aprender a vivir con él sin hacernos daño como sociedad. Aparte de las pautas sugeridas es importante que aprendamos a tratarnos con CURA (cuidado en catalán), en resumen: con Curiosidad por quien piensa de forma diferente; Con respecto a las personas independientemente de sus ideas, y Auto-crítica porque nadie tiene la verdad absoluta.

Los conflictos son inherentes a la naturaleza humana. Naturales, inevitables, incluso necesarios. La salud democrática de una sociedad y de sus instituciones se puede medir a partir de su capacidad de gestionarlos de forma constructiva. La cronificación del conflicto supondría el fracaso de la política catalana y española, y nos añadiría a la lista de países democráticos con dificultades para gestionar el desacuerdo. El reto nos apela a las personas, las entidades sociales, y a los partidos políticos y las instituciones.

Kristian Herbolzheimer, director del ICIP

(Artículo publicado a El món de demà, octubre de 2019)

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