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Noviolencia 2.0

Oriol Leira
Licenciado en filosofía que ha combinado la docencia con el activismo social en los movimientos antimilitarista y ecologista. Ha colaborado en publicaciones de carácter alternativo y es cofundador de la revista Illacrua
Oriol Leira

Oriol Leira

Quién sabe con qué ojos Mohandas Gandhi habría observado, este año 2012, las movilizaciones de la llamada "primavera árabe" (especialmente en Túnez y Egipto) y las más cercanas a nosotros, del 15-M. Sin duda con un interés muy vivo, ya que uno de los ingredientes más destacados que se ha presentado declaradamente como valor y que se ha puesto en práctica en estas experiencias -por otro lado suficientemente diferenciadas- ha sido la noviolencia.

Pocos esperaban que movimientos espontáneos y muy heterogéneos de personas sin organizaciones sólidas detrás, sin estrategias declaradas, adoptasen la noviolencia como consigna común para vehicular su protesta en la calle. Está claro que no podemos poner en el mismo saco el conglomerado humano que había en las plazas Tahrir y en la de Sol, por citar dos ejemplos, porque las realidades y condiciones sociales en las orillas norte y sur del Mediterráneo aún continúan siendo notablemente diferentes; pero de lo que no hay duda es de que la presencia masiva de jóvenes que se estrenaban en el activismo social en la calle ha sido la nota común más destacada, tal y como testimonió el profesor de derecho y ciencias políticas de Túnez, Hamadi Redissi, al considerar a los jóvenes como el deus ex machina de la revolución tunecina. Pero lo que más ha sorprendido es que estos jóvenes, sin experiencia ni previa preparación en el tema, asumiesen la noviolencia con un grado tan elevado de implicación personal y de riesgo físico. Es como si la noviolencia hubiese entrado en el imaginario compartido de una nueva generación de activistas, hasta formar parte de lo que podríamos llamar su "sentido común". Todo esto sin menospreciar el papel activo de exponentes de otras generaciones más acostumbradas al activismo social, que hicieron suya esta estrategia por primera vez.

Sin pretender desentrañar el contexto social, económico y político que ha provocado las revueltas, lo que aquí nos interesa es analizar este fenómeno. Queremos preguntarnos de dónde proviene, si su eclosión es impensable sin un poso, un terreno abonado por generaciones anteriores, o si hay nuevas corrientes culturales y/o espirituales, más o menos explícitas, que lo hayan favorecido; finalmente, si hay elementos contextuales relacionados con las nuevas tecnologías, con nuevas formas de relación o nuevos hábitos de consumo, que lo hayan potenciado, o incluso si ha habido apuestas concretas de carácter político, con un trabajo a medio plazo, de fomento de la noviolencia –de su conocimiento y su práctica- a cargo de grupos sociales organizados o bien de lobbies políticos -a partir de trabajos como los de Gene Sharp, uno de los principales teóricos estadounidenses, que ha gozado, los últimos años, de una creciente difusión, especialmente en la orilla sur del Mediterráneo, como notó más de un observador-. El objeto último de estas preguntas ha sido intentar comprender si han existido rasgos específicos y diferenciales en esta versión de la noviolencia, que aún no tiene un adjetivo claro que la defina y a la que nosotros nos hemos tomado la libertad, o quizá la ligereza, de bautizar con el nombre de "noviolencia 2.0".

Los teóricos de la disciplina han hecho una distinción no exenta de controversias entre la noviolencia ética y la noviolencia pragmática. La primera tiene una concepción positiva del conflicto (la parte opresora debe darse cuenta de su error) y enfatiza la unidad de los medios y los fines en la lucha y la relevancia de los valores morales, mientras que la segunda tiene una concepción más tradicional del conflicto, es decir, lo entiende como una relación antagónica entre partes con intereses incompatibles; de este modo, la noviolencia solo es una estrategia, un medio para poder acercarse al máximo a los propios objetivos. Cuando decimos que la estrategia noviolenta que hemos visto en las plazas tiene rasgos específicos, es porque no la podemos encasillar en ninguna de las dos formas citadas, aunque pueda tener rasgos aproximados a la versión pragmática. De hecho, han sido "revueltas sin violencia", en las que la renuncia al uso de la violencia ha jugado un papel más importante que su uso. Si tuviésemos que recurrir a una categoría que se ajuste mejor a este fenómeno, quizá nos serviría la que Robert Burrowes llamó concepción "minimalista" de la noviolencia, es decir, aquel método de lucha en el que expresiones diferentes comparten un mínimo denominador: el rechazo a recurrir a la violencia. Así, una acción se considera noviolenta independientemente de si está inspirada en principios éticos o morales, o bien motivada por consideraciones eminentemente prácticas.

Para poder perfilar un poco más estas variantes de la noviolencia, convendría fijarse en algunos elementos destacados que han acompañado a las movilizaciones. Comenzaremos por destacar que el fenómeno de las plazas ha tenido el significado de "romper el silencio". Se han ocupado unos espacios céntricos, emblemáticos, para levantar la voz en contra de una situación insostenible donde la mayoría de la población, y especialmente los jóvenes, se veía empujada a la precarización progresiva de sus condiciones de vida, donde la corrupción y el abuso de poder han sido el signo de unas democracias en decadencia –el filósofo norteamericano Sheldon S. Wolin las ha etiquetado con la durísima expresión de "totalitarismos invertidos"-. Pero esto no se podía hacer de cualquier manera, porque no se debía dar argumentos para el descrédito ni para la represión. Las recientes experiencias aún se sentían demasiado presentes (dura represión de las huelgas en Egipto y del movimiento antiglobalización en Europa) y se tenían que evitar riesgos. El mismo Sharp identifica tres métodos generales de acción noviolenta: la persuasión y la protesta noviolenta, la no-cooperación y la acción directa, generalmente en forma de desobediencia civil. Las movilizaciones en cuestión se tienen que situar básicamente en el primer grupo y en menor medida en el segundo. La protesta noviolenta se basa en acciones simbólicas como peticiones, proclamas, manifestaciones, vigilias… para expresar desacuerdo, rechazo o apoyo a asuntos específicos, mientras que la no-cooperación es una primera forma de deliberado desafío al régimen o a las instituciones con las que se está en conflicto, adoptando medidas como la suspensión de actividades públicas, la no-cooperación económica, política, etc. No podemos hablar de acción directa porque no se ha llegado a formas de desobediencia civil organizada para poder bloquear o sabotear patrones de comportamiento, políticas, normas, relaciones o instituciones que se consideran inaceptables, ni se han establecido nuevos patrones. Si bien en el trasfondo de todas las movilizaciones se encuentra el descontento frente a una ausencia de democracia real, en las plazas del sur el objetivo ha sido muy claro: hacer caer el gobierno; mientras que en las plazas del norte, el objetivo ha quedado más difuso, menos definido.

Otro aspecto importante, que refuerza esta distinción, es el hecho de que este silencio lo ha comenzado a romper, inesperadamente, un pueblo que parecía que no contaba, o que contaba poco. El escritor franco-tunecino Abdelwahab Meddeb se ha referido a la revuelta tunecina como el suceso inaugural de la aceleración y el descentramiento de la Historia, en el que la periferia se ha erigido en centro –llama a esta revuelta, "revolución del descentramiento"-, puesto que ha sido el pueblo de un pequeño país norteafricano quien ha provocado una gran tormenta en el mundo arabo-musulmán del norte de África y en la orilla norte del Mediterráneo. Incluso en Europa parece como si el viento de protesta y cambio caminara de la periferia al centro. El factor decisivo, que ha hecho posible que las revueltas del sur hayan tenido más éxito que las del norte, ha sido la reacción desfavorable de los medios de comunicación y los observadores de países terceros, tanto del entorno como del norte, frente a la represión en contra de los noviolentos (o no violentos), tanto de parte de la policía y del ejército como de los partidarios del régimen. En las plazas del norte se ha podido minimizar, porque las autoridades han sido en general más permisivas y han esperado la oportunidad, y los argumentos necesarios, para intervenir.

El mismo Burrowes distingue, en este sentido, entre la noviolencia reformista y la revolucionaria. Las personas que practican la primera identifican políticas específicas como principales causantes de los problemas sociales y actúan en consecuencia; los que practican la segunda cuestionan el modelo global, ya que se guían por un análisis estructural de las relaciones políticas y económicas. En el primer caso, la gente se mueve por la consecución de objetivos limitados, así que la eficacia de la acción es más fácilmente reconocible, mientras que en el segundo caso, la pretensión de cambios estructurales genera una reacción más decidida en los defensores del orden constituido, y aumenta la probabilidad de una represión violenta. En las plazas del sur podemos identificar la reformista, mientras que las del norte se han apuntado a la segunda, aunque sin demasiada convicción.

El instrumento determinante en el éxito de estas movilizaciones ha sido la red. Gracias a Internet se ha podido marcar un ritmo a los sucesos, con una capacidad de convocatoria otrora impensable, y se ha evitado que los primeros intentos fuesen abortados prematuramente. De hecho, si la gente ha dado vida a las plazas, y las asambleas le han dado voz, Internet es quien ha hecho de altavoz. Así pues, la blogosfera ha sido un actor decisivo que ha impulsado y catalizado la actividad de las acampadas, ya que ha favorecido una mayor rotación de presencias y ha permitido a los que no podían estar en la plaza participar igualmente de su acción y sus objetivos. El apoyo de la nebulosa de Anonymous con la entrada en juego de miles de hackers (solo en Túnez, 8.000) ha podido frenar el intento de cerrar la red por parte de las policías y los gobiernos. Así pues, el enfrentamiento se ha desplazado en gran medida al ciberespacio, desde donde se ha dado apoyo logístico a las movilizaciones y se ha abierto un nuevo campo en el ámbito de las relaciones y la colaboración, posibilitando el intercambio de información y estimulando, también, el uso de la noviolencia.

Sin duda la blogosfera ha tenido relevancia porque la generación de jóvenes que ha salido a la calle está mejor formada académica y profesionalmente que las anteriores. Esta formación también ha facilitado que entrasen en juego otros referentes externos, como el de Gene Sharp, tal y como apuntaba más arriba, cuando menos en las plazas del sur. Ahora bien, la presencia de la red, incluso el hábito de pensar y comunicar en red, ha hecho posible otro proceso: de la gran asamblea en una sola plaza se ha pasado a muchas asambleas en los diferentes pueblos y barrios. Si la concentración da visibilidad, la dispersión lleva al movimiento a moverse por caminos casi invisibles, no siempre fáciles de seguir. La agregación espontánea tal vez soporta mejor los altibajos, porque las personas, aunque no se encuentren, van haciendo camino: leen, se informan, participan en sus microrredes.

Ahí afuera, mientras tanto, la realidad aprieta, y los que mandan llevan el agua hacia su molino, fieles a la idea de que no hay otro mundo posible. En este contexto no quedan nada claros qué caminos seguirán estas movilizaciones y si esta nueva forma de noviolencia podrá o no aguantar los embates de situaciones cada vez más tensas donde la pérdida de confianza y esperanza pueden conducir a la división y a la pérdida de paciencia. No podemos olvidar que los movimientos sociales, por espontáneos que sean, también necesitan unos mínimos éxitos que los espoleen. Se tendrá que ver si este nuevo rumbo que ha adquirido la noviolencia es capaz de madurar nuevas formas de acción, con una importante dosis de creatividad, que la permitan ser mínimamente eficiente.