En 2015, armados únicamente con nuestra pasión, el wifi de una cafetería del centro de la ciudad que por las noches se convertía en bar y la corazonada de que Twitter podría llegar a ser importante algún día, lanzamos Siasa Place, una organización cívica tecnológica dirigida por jóvenes con sede en Nairobi, Kenia. Nosotros, un grupo de jóvenes ambiciosos que, por alguna razón, coincidimos en la manera de ver la democracia, nos conocimos en diversos eventos por la ciudad; nos unió el conocimiento general sobre el país y la actualidad, así como la pasión por cambiar las cosas. Yo acababa de terminar mis estudios en el extranjero, así que cuando volví a casa tras haber estado siete años fuera, me alegró encontrar esta nueva comunidad, con la que conecté intrínseca e inmediatamente. Éramos patriotas y no teníamos dinero, sólo una sensación de urgencia. El espacio cívico se estaba reduciendo, el ambiente estaba cargado de desilusión y los jóvenes ansiaban un espacio para expresarse, ser escuchados y organizarse. Diez años después, esa apuesta por la democracia digital nos ha situado en la vanguardia del movimiento cibernético de África Oriental.
Por aquel entonces, era como predicar en el desierto. Organizábamos una tertulia semanal llamada #SiasaWednesday, en la que debatíamos sobre la asignación presupuestaria, los escándalos de corrupción, el liderazgo y la participación de los jóvenes en la gobernanza. Nos reuníamos virtualmente a una hora concreta y, a veces, teníamos la impresión de estar hablando solos.
Durante tres años, nos reunimos cada semana sin falta a la misma hora, para debatir diversos temas y movilizar a otras personas a fin de que se unieran a nosotros. Y, poco a poco, la gente se fue sumando. Los hilos fueron haciéndose más largos. Los seguidores se multiplicaron. ¿Te puedes creer que teníamos que escribir las conversaciones y que a veces nos quedábamos hablando de un tema tres horas seguidas? Esto fue antes de los espacios, cuando teníamos hilos de conversación. A a veces no tenías ni idea de quién estaba leyendo o las preguntas se quedaban a mitad de camino, mientras que otras preguntas llegaban días después, cuando alguien se topaba por casualidad con la conversación. Por aquel entonces tenías que responder por escrito. Hoy en día, damos por sentados los espacios X, en los que miles de personas pueden participar en debates en directo, hablar y escuchar, con tan sólo pulsar un botón, desafiando al poder en tiempo real. Incluso los vídeos en directo de TikTok, donde la gente puede comentar en tiempo real.
Internet no solo se ha convertido en el medio, sino también en el movimiento. Los hashtags son demandas; los influencers son analistas políticos; los memes son pancartas de protesta
Hoy en día, los memes son pancartas de protesta, graciosas, pero con posturas políticas y mensajes fuertes. Un lenguaje político inteligente y diferente con el que a los jóvenes les encanta interactuar. Los hashtags son demandas. Los influencers son analistas políticos. Internet no solo se ha convertido en el medio, sino también en el movimiento. Pero, a medida que nuestras voces iban ganando fuerza, también lo hacían las repercusiones.
La espada de doble filo del empoderamiento digital
Durante la última década, las plataformas digitales se han convertido en el escenario principal del compromiso cívico en África Oriental. De Nairobi a Kampala, de Dar es Salaam a Kigali, los y las jóvenes han creado poderosas comunidades en línea, impulsando la transparencia, la rendición de cuentas y la justicia.
Siasa Place existe para fortalecer ese movimiento. Desarrollamos marcos institucionales, ofrecemos educación cívica y formamos a la próxima generación de líderes sobre cómo utilizar las herramientas tecnológicas para el compromiso político. Iniciativas como «Política, tecnología y derechos» abordan los matices del trabajo digital, la moderación de contenidos y la violencia de género en los espacios en línea. También apoyamos plataformas como zKE, que recogen la opinión de la ciudadanía, esencialmente de los jóvenes, sobre los proyectos de ley, solicitando sugerencias o recomendaciones acerca de dichos proyectos de una manera más ágil y eficaz, porque recabar la opinión pública forma parte de nuestra constitución. La manera en que se envían los comentarios cambiará considerablemente, especialmente a medida que las generaciones más jóvenes vayan acostumbrándose y familiarizándose con el uso de las plataformas digitales.
Pero las mismas herramientas que utilizamos para organizarnos se están utilizando ahora en nuestra contra. En Kenia, el Parlamento ha estado trabajando recientemente en la aprobación de un controvertido proyecto de ley sobre las redes sociales que otorgaría a las autoridades acceso a los dispositivos de la ciudadanía. Bajo el pretexto de la regulación, esto allana el camino para el control y la represión. En Uganda y Tanzania se han cerrado plataformas enteras durante las elecciones. Etiopía sufrió un apagón total de Internet en 2023. En la región, la democracia digital no solo es desigual, sino que está bajo asedio.
Las plataformas digitales se han convertido en el escenario principal del compromiso cívico en África Oriental. Los jóvenes han creado poderosas comunidades en línea en favor de la transparencia, la rendición de cuentas y la justicia
La democracia digital en África Oriental
Hablar de democracia digital en África Oriental es hablar de una contradicción. La conectividad es desigual. El acceso es costoso. Kenia dispone de Internet de alta velocidad, pero, a pesar de que nuestro alcance es cada vez mayor, la conectividad sigue siendo problemática, pues en las zonas muy rurales sigue siendo difícil acceder a Internet. En términos de asequibilidad, los paquetes de datos resultan caros para el ciudadano medio. Incluso tener un teléfono inteligente es caro. Esto hace que, si un hogar puede permitirse adquirir un teléfono inteligente, éste suele pertenecer al hombre de la casa. Eso también se traduce en la predominancia masculina de los usuarios; la mayoría de los usuarios en línea son hombres, no mujeres. La violencia en línea ya es elevada, pero la violencia contra las mujeres asistida por la tecnología es aún mayor. Cuando se es una minoría, las posibilidades de sufrir acoso en línea son elevadas, por lo que muchas personas reducen su participación en algunos temas, especialmente en asuntos de orden político, que suelen despertar bastantes pasiones.
También hay que tener en cuenta que Kenia es uno de los países más activos del mundo, de hecho, se encuentra entre los cinco primeros en cuanto al número de horas que los ciudadanos pasan en línea. Sin embargo, existe una contradicción: en los países donde los medios de comunicación tradicionales están dominados por propietarios afines a determinados partidos políticos, Internet sele convertirse en el único espacio sin filtros para la disidencia. Esto explica el crecimiento de los medios alternativos, desde los podcasters hasta los YouTubers. No obstante, ni siquiera en este caso podemos confiar únicamente en el mundo online.
La democracia digital implica crear sistemas alternativos de confianza y rendición de cuentas, porque las instituciones nos fallan con demasiada frecuencia
La democracia digital significa combinar las sesiones en directo de Facebook y los tuits con los ayuntamientos. Significa comprender que el hecho que algo sea legal no significa que sea justo. Significa crear sistemas alternativos de confianza y rendición de cuentas, porque las instituciones nos fallan con demasiada frecuencia. Quién iba a pensar que seríamos testigos de la suplantación de ejércitos, como el de Irán, por ejemplo, que publicó que estaba atacando a Israel en defensa propia en la plataforma X, y en cuestión de horas tenía más de 100.000 visitas. Internet ha hecho que instituciones misteriosas, a menudo protegidas por velos de autoridad, parezcan más accesibles y, en ocasiones, más humanas. La ley puede doblegarse para servir a la represión; Internet no debe hacerlo.
Historias de resistencia y riesgo
En Siasa Place hemos apoyado campañas que exigían la liberación de presos políticos en países como Mozambique. Hemos trabajado con Africtiviste para hacer visible la represión en Senegal. A nivel local, hemos visto cómo las herramientas digitales permiten a los jóvenes responder rápidamente movilizándose contra injusticias como la brutalidad policial o la corrupción. Hemos mantenido conversaciones con organizaciones similares como Yiaga, en Nigeria, en las que hemos comparado nuestras elecciones y conocido de primera mano los procesos, hemos hablado entre nosotras, hemos colaborado y elaborado informes que puedan ser útiles para futuras recomendaciones.
Pero también hemos podido ver los riesgos. Los trolls patrocinados por el gobierno difunden desinformación para desacreditar a los activistas y esta técnica se ha vuelto cada vez más visible y agresiva. Consiste en despreciar a los activistas, por considerarlos comerciales y patrocinados por Occidente, para provocar la anarquía y destruir los países en los que vivimos. Esto es una especie de contradicción, pues son estos mismos países occidentales u orientales quienes financian la mayor parte de los presupuestos de nuestro gobierno, incluidos pilares esenciales como la policía y la sanidad. Los gobiernos reciben la mayor cantidad de ayuda en sentido figurado.
Las herramientas digitales permiten a los jóvenes movilizarse rápidamente contra la brutalidad policial o la corrupción. Pero Internet también tiene riegos, como la desinformación, la vigilancia y la intimidación
Se ha producido un aumento global de las agencias estatales que vigilan teléfonos y se infiltran en grupos de WhatsApp. Esto nos provoca terror, pues es literalmente la diferencia entre la vida y la muerte. Hay personas que han sido secuestradas e incluso asesinadas a causa de un post, y esto se ha normalizado hasta el punto de que incluso los secuestros ya no parecen ilegales. Se ha convertido en un acontecimiento semanal y se está secuestrando incluso a miembros electos que prestan servicio en las Asambleas, no sólo a activistas, sino a ciudadanos de a pie que deciden hacerse oír.
A principios de junio de 2025, un valiente profesor llamado Alfred Ojwang publicó un post sobre la corrupción en el sector policial. La policía lo detuvo y lo condujo a más de 300 km de su casa (pasando por varias comisarías) para interrogarlo. Fue trasladado a la Comisaría Central de Policía, situada en el centro de Nairobi. Horas más tarde, murió bajo custodia. La policía trató de hacerlo pasar por un suicidio, pero gracias a la presión de la opinión pública y a que los activistas se negaron a apartarse de su lado, la autopsia concluyó que Alfred había sido torturado y golpeado hasta la muerte. Rastrearon el dispositivo de Alfred por una publicación suya en la que «empañaba» el historial de alguien. Su historia nos persigue porque nos recuerda que no sólo luchamos contra las narrativas; luchamos por nuestras vidas.
Aun así, lo que nos hace seguir adelante es la fe. La fe en que otra Kenia, otra África Oriental, es posible. Una en la que las voces no se silencien, sino que se intensifiquen. Una en la que no solo se hable de justicia en chats encriptados, sino en la que la justicia se practique.
El caso de Boniface Mwangi y Agather Atuhaire: Un punto álgido
En mayo de 2025, los activistas de derechos humanos Boniface Mwangi (Kenia) y Agather Atuhaire (Uganda) viajaron a Dar es Salaam (Tanzania) para apoyar al líder de la oposición, Tundu Lissu, durante una comparecencia ante el tribunal. Fueron secuestrados por agentes de seguridad tanzanos, que les vendaron los ojos, los desnudaron, agredieron y los abandonaros en sus respectivas fronteras. La brutalidad fue escalofriante. Existía una clara coordinación transfronteriza. Ahora nos preocupa no sólo que nos sigan la pista en nuestros países, sino en nuestra comunidad, en la región.
Lo que vino después fue igualmente significativo: el rugido digital. Los activistas se vieron obligados a unirse más allá de sus fronteras y a ampliar su acción: se manifestaron por toda África Oriental, inundando las cronologías con llamamientos a la justicia. Siasa Place lanzó, junto con otros, un ultimátum de 72 horas a los organismos regionales exigiendo que se tomaran medidas. Los hashtags fueron tendencia en distintos países y colaboramos con medios de comunicación locales e internacionales, que se hicieron eco de la historia. Por una vez, el silencio no era una opción.
El ciberactivismo ha demostrado que las fronteras son insignificantes frente a la represión. Con un video viral y una acción regional coordinada podemos hacer ruido para conseguir justicia
Este caso demostró tanto el peligro como el poder del activismo digital. Si no hubiera habido un hilo en Twitter, un vídeo viral o una indignación coordinada, lo más probable es que su historia hubiera acabado en el más absoluto silencio. Pero hicimos ruido. Y el ruido puede conducir a la justicia; aún estamos en ese camino.
El papel de la solidaridad regional
El ciberactivismo ha demostrado que, a menudo, las fronteras son insignificantes frente a la represión. Ya sea en Nairobi, Kampala o Dar es Salaam, el manual de estrategia es familiar: vigilancia, desinformación e intimidación.
Por eso la solidaridad regional tan importante. No sólo necesitamos aliados, necesitamos sistemas. Sistemas que están en constante adaptación porque a menudo encuentran formas de intentar cerrar plataformas o la propia Internet. Necesitamos protocolos y mecanismos de protección mutua. Cuando se llevaron a Mwangi y Atuhaire, no esperamos a que los gobiernos actuaran. Los ciudadanos preocupados y la sociedad civil llenaron el vacío.
Fomentar la resiliencia: La labor de Siasa Place
La labor de Siasa Place abarca la formación, la investigación y la defensa. Abogamos por derechos que ya están contemplados en nuestra constitución conscientes que los trabajadores autónomos merecen contratos, protecciones y dignidad. Actualmente estamos cartografiando el ecosistema tecnológico para identificar dónde se violan los derechos y dónde es posible intervenir. A través de TrustLab, por ejemplo, formamos a organizaciones de base en seguridad digital, enseñamos a usar el VPN y la autenticación de dos factores, y concienciamos sobre el phishing y las estrategias de verificación de hechos. También ayudamos a las comunidades a crear una higiene digital del mismo modo que las generaciones pasadas crearon sindicatos o grupos de ahorro. E invertimos en contar historias, porque si no contamos nuestras historias, alguien lo hará, distorsionándolas.
Trabajamos con organizaciones comunitarias, asesorándolas para que se institucionalicen y se conviertan en líderes de sus propias comunidades, y para que aprendan sobre ciclos presupuestarios y la importancia de la responsabilidad social, ya que la constitución keniana otorga a los ciudadanos el derecho a participar en ese proceso. Deben aprender a exigir responsabilidades a los dirigentes locales, sobre todo utilizando los espacios y plataformas ya previstos al efecto.
Una sociedad digitalmente pacífica es aquella en la que los activistas no necesitan teléfonos desechables; donde las leyes protegen la libertad de expresión, donde podemos discrepar en voz alta, con pasión y seguridad
A los jóvenes líderes interesados en asumir el liderazgo político les asociamos con partidos políticos y les animamos a que se afilien y desempeñen un papel activo en la política. Nuestra principal labor es la concienciación educativa, porque cuando estos procesos se dan a conocer, los jóvenes suelen estar dispuestos a emprenderlos.
La paz en la era digital
La paz ya no es sólo una cuestión de alto el fuego o de ciclos electorales. La paz tiene que ver con la protección de datos, con el derecho a publicar sin miedo, con que tu activismo haga que consigas un retuit o una pena de cárcel.
Una sociedad digitalmente pacífica es aquella en la que los activistas no necesitan teléfonos desechables; donde las leyes protegen la libertad de expresión, no la criminalizan; donde podemos discrepar en voz alta, con pasión y seguridad. Y esto no es sólo responsabilidad de los gobiernos, también las plataformas, los donantes, los aliados internacionales, todos tienen un papel que desempeñar. Porque si una voz se silencia en Internet, todos perdemos algo.
No es sólo un momento; es un movimiento. No estamos codificando aplicaciones; estamos codificando resistencia. Cada tuit es un voto; cada vista, una vigilia. Cada mensaje de WhatsApp, cada directo, cada meme, todo importa.
Conocemos los riesgos, pero también conocemos nuestro poder. Construimos la paz digital en África Oriental, sabiendo que el silencio nunca fue una opción. Internet no nos ha salvado, nos hemos salvado los unos a los otros. Y aún no hemos terminado.
Esta es una versión traducida del artículo publicado originalmente en inglés.
Fotografía
Momento de intervención durante un encuentro organizado por Siasa Place. Autor: Siasa Place (Facebook de la organización).