Crear la paz

Entrevista a Roberta Bacic, investigadora en derechos humanos y coleccionista de arpilleras

Roberta Bacic, investigadora en derechos humanos y coleccionista de arpilleras

Roberta Bacic, nacida en Chile y residente en Irlanda del Norte, es fundadora de Conflict Textiles, una colección de arpilleras muy significativa a nivel mundial. Profesora de filosofía e inglés de formación, e investigadora en temas relacionados con los derechos humanos, Bacic se adentra en el mundo de las arpilleras durante la dictadura chilena de Augusto Pinochet. El uso de la artesanía textil le permite denunciar la represión y la violencia que viven especialmente las mujeres chilenas, un lenguaje que más tarde exporta a otros países a través de su colección, también a Cataluña.

Las arpilleras son una forma artística de denuncia, de resistencia política, de terapia, de participación social… ¿Cómo y por qué nacen?

Las arpilleras nacen en Chile en los años 70 fruto de una necesidad emergente de mujeres que estaban viviendo la represión política en primera persona; mujeres a quienes estaban arrestando a sus esposos, compañeros, hijos o padres, que fueron desaparecidos, torturados, encarcelados o exiliados. En ese contexto, se producen dos fenómenos: por un lado, la necesidad de estas mujeres de actuar frente a lo que está ocurriendo, de denunciar, de ser capaces de ser actoras de sus historias; y por el otro, la necesidad de sobrevivir porque son; ellas las que adquieren un rol importantísimo de manutención de la familia. De hecho, a partir del año 73 –después del golpe militar–; las mujeres, que hasta entonces muchas veces se quedaban en casa para criar a los hijos, deben asumir un doble rol: de madre que provee los ingresos y de mujer que busca a su familiar desaparecido. Es así como comienzan los talleres de arpilleras como las conocemos ahora.

¿Antes no existían, entonces?

Existían trabajos textiles, como los de la famosa folkorista chilena Violeta Parra, pero técnicamente son totalmente distintos. Las arpilleras de Violeta Parra son de gran tamaño y bordadas, y tratan sobre temas sociales, mientras que las que yo colecciono se trabajan con retazos de material usado, por ejemplo con tela de faldas de las mismas mujeres. Además, el bordado es un elemento adicional para adherir las piezas pero no es lo central.

¿Sus arpilleras ponen en el centro la denuncia de la represión política?

En las que yo trabajo sí. Pero quieren ser también una narración; de la vida cotidiana a través de los hechos políticos. Por ejemplo, hay una arpillera que se llama “Corte de agua” que muestra la capacidad de las mujeres de organizarse ante los cortes de agua motivados por la represión política. En esta coyuntura, las mujeres representan su cotidianidad y cómo las circunstancias que las rodean han cambiado su vida cotidiana.

Las arpilleras nacen en Chile de la necesidad de las mujeres de actuar frente a la represión que sufren

¿La técnica de las arpilleras se ha convertido también en un elemento de empoderamiento de las mujeres?

Las arpilleras han sido una manera de empoderamiento, pero también de denuncia, de testimonio y de preservación de la memoria. Y no es simplemente una técnica, yo prefiero hablar de lenguaje, porque hay arpilleras hechas con muy poca técnica, con mujeres que sabían muy poco de coser, pero su arte está en el poder comunicar lo que quieren decir. Es el lenguaje de transmisión de la vida completa de las mujeres, con una carga política y social. Cómo decía Primo Levi, cuando uno vive situaciones extremas como los campos de concentración, las palabras no alcanzan para describir las vivencias y hay que buscar nuevas formas. Y una de estas formas es la artesanía textil, que la mujer puede seguir trabajando en su casa y mientras va cosiendo va usando el banco del tiempo: el tiempo de reflexión y el tiempo del reloj.

¿Es un lenguaje exclusivo de las mujeres?

Yo diría que es un lenguaje prioritario de las mujeres. Los varones han tenido otras formas de testimoniar lo que les ha ocurrido (por ejemplo desde la cárcel) y en algunas culturas – africanas–; sí que son los hombres los que hacen textiles mientras las mujeres trabajan la tierra.; Pero las arpilleras chilenas han sido hechas en su mayoría por mujeres y con ello narran como los hechos violentos interrumpen el curso de su vida cotidiana y muestran el dolor de la pérdida o desaparición de los maridos, compañeros o hijos. De esta manera estas mujeres se convierten en autoras de su propia historia, toman autoría de su propia vida, se empoderan para tener un rol vivo y activo.

¿Cómo se organizan las primeras mujeres para coser?

Durante la dictadura militar en Chile, la mayor parte de los talleres fueron apoyados y facilitados por la Iglesia Católica chilena, que dio espacio físico y material para que se pudieran desarrollar, y después los textiles se exportaron a través de la Fundación Solidaridad. Fue una exportación masiva de arpilleras, miles salieron al exterior en tiempos de silencio. En un primer momento se ignoraron porque eran vistos como simples textiles de mujeres, pero después, cuando descubrieron su valor, las arpilleras fueron proscritas y durante muchos años se consideraron subversivas.

Las arpilleras han sido una manera de empoderamiento de las mujeres, pero también de denuncia, de testimonio y de preservación de la memoria

¿Cómo han evolucionado des de entonces?

De distintas maneras. Por ejemplo, ahora las arpilleras se utilizan también como parte de arte-terapia, para trabajar traumas, sobre todo con mujeres que han vivido situaciones de violencia doméstica o violencia sexual. Y también se han utilizado con otros objetivos de denuncia, más allá de los políticos, se han trabajado en las escuelas y como técnica para recuperar testimonios informales de hechos denunciables.

La técnica nace en Chile pero se ha trabajado en muchos otros países. ¿Dónde han tenido más repercusión?

La mayor parte de los trabajos que se están haciendo en otros lugares han nacido a partir de exposiciones que hemos hecho de textiles de la colección Conflict Textiles. Otras mujeres han descubierto la necesidad de expresarse a través de este lenguaje. Por ejemplo en Irlanda del Norte, donde yo vivo y donde el conflicto está vivo y sigue fuerte, las mujeres han empezado a conversar sobre lo que ha pasado en sus comunidades a través de las arpilleras. También en Cataluña, donde hice una primera exposición en el año 2008, las mujeres del Ateneu de Sant Roc, en Badalona, hacen talleres de arpilleras que incluyen la reflexión sobre la guerra civil española y justamente este otoño se puede visitar la muestra “Arpilleras en acción: Refugiados”. También se están trabajando las arpilleras en el País Vasco, en Argentina, en Inglaterra… hay una proliferación del uso de la arpillera como forma de lenguaje y conversación a través del material textil, y todos ellos son espacios que facilitan a las mujeres contar sus propias narrativas.

Es un lenguaje de transmisión de la vida cotidiana de las mujeres, con una carga política y social

¿Cómo llega usted a gestionar la mayor colección de arpilleras a nivel mundial?

Yo soy chilena, pasé toda la dictadura militar en Chile, y camino con las arpilleras desde el año 1975. Han sido parte connatural de mi vida pero es cuando llego a Irlanda del Norte donde me piden nuevas modalidades de trabajo con las comunidades enfrentadas por el conflicto, y yo recurro a las arpilleras. Entonces es cuando empecé a reencontrar textiles que había adquirido y regalado, y los coleccioné. Entraron más y más, a través de donaciones también, y ahora la colección Conflict Textiles tiene más de 300 piezas documentadas. Es el archivo más completo que existe a nivel internacional, un archivo que yo llamo “dialogante” porque no es el textil por sí solo, sino que tiene uso para una exposición, una conferencia, la portada de un libro, etc., e interactúa con actividades asociadas a las exposiciones.

De su extensa colección, hay una arpillera que usted se siente muy propia: la Arpillera Peruana, que ilustra la experiencia de la violencia de las mujeres afectadas por el conflicto entre el gobierno del Perú y la organización Sendero Luminoso. ¿Qué representa para usted?

Esta arpillera, llamada “Ayer y hoy. Las mujeres de Kuyanakuy”, que hoy es parte del Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social del Perú, tuvo para mí una resonancia importante porque recurrí a ella para ilustrar cómo se podía trabajar el conflicto en Irlanda del Norte. Me la prestó una colega, Gaby Franger, de “Mujeres de un solo Mundo – Museo de la Mujer de Alemania” y muestra como las mujeres afectadas por un lado y otro del conflicto tienen más cosas en común que diferencias. Todas las mujeres, de un lado y otro, eran pobres, desplazadas, habían perdido maridos e hijos… estaban unidas por esta situación más que divididas. Es una manera de decir que hemos de buscar lo que nos une,; porque las divisiones alimentan secuelas.

Es un buen ejemplo de cómo las expresiones artísticas pueden contribuir al trabajo de construcción de paz.

Si, y esa contribución se hace a través de asumir un rol absolutamente participativo en la creación de espacios de empoderamiento y de visibilización de las violaciones de derechos humanos. La construcción de paz se basa en la capacidad de trabajar los temas que han interrumpido la vida. Por ejemplo, las mujeres han aprendido a través de las arpilleras a vivir con el dolor que no se va a olvidar. La persona que ha perdido a su hijo no puede olvidar. Una comisión de la verdad es importante a nivel social pero ¿cómo se refuerzan los aspectos de la vida para seguir adelante? Aquí es donde es importante el trabajo en comunidad, reforzar los lazos de la comunidad, porque lo que le pasa a uno también les pasa a otros.

Fotografía : Martin Melaugh. «Día de Visita», por Victoria Diaz Caro.

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