Los pacifistas durante la Primera Guerra Mundial

Un factor y actor imprescindibles

El presente número se ocupa de algunos de los movimientos por la paz y antimilitaristas vinculados, cronológica o temáticamente, a la Primera Guerra Mundial, como colofón de la conmemoración de su centenario. Concretamente se pasa revista a los movimientos de índole más política, como los vinculados al anarquismo (1ª Internacional) o a la principal líder del grupo Spartakus, Rosa Luxemburg, a los grupos anticonscripción y al trabajo pionero en el mundo académico de Albert Fried, uno de los creadores de la comunidad epistémica que está detrás de los enfoques más radicales de las relaciones internacionales y la investigación para la paz. Además, Joan Botam, religioso y ecumenista, reflexiona sobre el legado de la Gran Guerra y la oposición a la misma en las diferentes variantes del movimiento por la paz inspirado en creencias religiosas.

En otros números nos hemos ocupado del papel del movimiento de mujeres y feminista. Y somos conscientes de que no agotamos la riqueza de esos movimientos. También de que entre la 1ª y la 2ª Guerra Mundial se producirán cambios importantes, como el impacto crítico con los movimientos más vinculados a las direcciones de la 2ª Internacional o la llegada de influencias cruciales como Fellowship for Reconciliation, War Resisters League y, sobre todo, el pacifismo radical de Gandhi. Sin todo ello no puede entenderse el origen de la investigación para la paz, surgida en los años cincuenta a ambos lados del Atlántico Norte y, por ende, nuestra propia tarea.

De todos los artículos se deriva una idea fuerza: los movimientos sociales, en este caso por la paz y antimilitaristas, están en la raíz de las luchas por la paz, académicas, ciudadanas, políticas y en las organizaciones internacionales. Sin ellos, nada sería posible: son un factor imprescindible y un actor clave desde el momento en que por vez primera en la historia moderna se extendió el clamor del “nunca más”, es decir, nunca otra guerra como ésta. Lo habían sido ya tras la batalla de Solferino, que mostró las terribles consecuencias de las armas crecientemente sofisticadas como los “fusiles de aguja”, las primeras armas semiautomáticas y de repetición, y por ello fueron cruciales en la creación de la Cruz Roja Internacional y en el desarrollo del derecho humanitario y de guerra.

Los movimientos sociales están en la raíz de las luchas por la paz y sin ellos nada sería posible

Y lo fueron de forma aún más decisiva antes, durante y tras la 1ª Guerra Mundial, cuándo por primera vez el clamor social, en parte generado por los movimientos, exigió una respuesta intelectual al problema de las guerras. Como se suele decir, fue justamente tras la guerra cuando la preocupación social por las guerras se convirtió en una preocupación intelectual, dando lugar a la creación de las Relaciones Internacionales como disciplina, para entender las causas de las guerras y establecer las condiciones de las paces, a la búsqueda de una paz duradera y sostenible. Sin los movimientos por la paz y antimilitaristas, y sin su impacto en las opiniones públicas, nada de lo que ha acaecido en el terreno analítico, político y social por la paz en los cien últimos años tendría explicación, ni sentido.

Por eso, más allá del deber de memoria y reconocimiento con esos pioneros, en momentos en que el impacto de los movimientos sociales por la paz vuelve a ser clave y cuándo saludamos un acuerdo con Irán de las potencias nucleares llamado a tener, de ser plenamente real, un impacto decisivo, conviene recordar algunas lecciones de ese pasado. Concretamente cuatro.

Sin los movimientos por la paz y antimilitaristas nada de lo que ha acaecido en el terreno analítico, político y social por la paz en los cien últimos años tendría sentido

Primero, que la paz es un proceso, no un estado concreto al que se llega y uno se queda, y, como proceso, exige dinamismo, adaptación al contexto y consecuencias de otros valores intermedios, como la dignidad o la justicia. Dicho de otra forma, que la paz se construye. Segundo, que la paz se dice de muchas maneras, de hecho hay paces, y que por tanto es esencial tener presente en la agenda intelectual y de lucha que existen diferentes agendas, diferentes sesgos y enfoques y diferentes acentos y sensibilidades, todos ellos imprescindibles. La agenda por la paz, en la tarea intelectual y en la tarea social y cívica, exige capacidad de englobar, polifónicamente, diferentes voces, todas ellas cruciales, con especial atención a las que vienen del Sur global, de otras culturas. Tercero, que las amenazas a la paz mutan constantemente, como muestra que las muertes derivadas directamente por guerras o terrorismo supongan sólo algo menos del 25% de las que se producen en el mundo y que por tanto la agenda y los instrumentos de análisis y de intervención deban estar siempre afinados, refinándose progresivamente para aprehender lo novedoso y proponer formas de acción colectiva para resolver los problemas que la novedad genera.

Y cuarto, que la consecución de la paz exige combinar acción social y ciudadana, acción y tarea académica y también incidencia política y trabajo en las instituciones. Trabajar en las mentes, los corazones y las instituciones, en un sentido no sólo formal. Y, como decía nuestro anterior vicepresidente y amigo Alfons Banda, exige conquistar las opiniones públicas, es decir, creando narrativas y contranarrativas que hagan ver que la paz nunca ha sido una quimera, un imposible, sino una utopía que se construye, una utopía con una larga historia y muchos éxitos parciales. Siempre existen “Primeras Guerras Mundiales” contra las que luchar, o, por decirlo como Afred Fried, “objetos de demostración con los que enseñar anatomía”. Gracias pues a los movimientos por la paz, pacifistas y antimilitaristas por su gran aportación a la “anatomía”.

Fotografia : United States Library of Congress

– Manifestación contra la guerra, Berlin 1922 –

© Generalitat de Catalunya