Reorientando la seguridad desde el feminismo

Generizar la guerra y sus cuerpos

Seguimos viviendo en un mundo donde la guerra es todavía la mayor realidad. Sigue siendo la actividad más estudiada en casi todas las disciplinas académicas, las obras literarias y la cultura popular. Nos inundan los reportajes y los análisis periodísticos sobre las guerras, a menudo en detrimento de la cobertura de otros tipos de violencia y sufrimiento. Muy a menudo, debatimos si el arte reimagina e imita guerras reales o si, por el contrario, son las guerras las que recrean siniestramente lo que las películas y otros medios de creación ya han representado en materia de hostilidades humanas y enfrentamientos armados. La paz que se prometió a la humanidad desde el final de la Segunda Guerra Mundial y otras guerras anticoloniales es una aspiración difícil de alcanzar. Los hay que «vivimos» la guerra desde la distancia y a través de los discursos mientras estudiamos sus diversos aspectos. Para muchas otras personas ofrece oportunidades de diversos tipos. También conlleva sufrimientos cuando el «vivir dentro de las guerras» es una realidad.1 2 Mientras escribo este documento, las guerras asolan diversos lugares del mundo, como Yemen, Siria, Mali, la República Centroafricana, Israel, Somalia y Burkina Faso, entre otros. De algunas guerras se informa más que de otras, pero la crónica bélica todavía domina el debate público.

Christine Sylvester indica que “la guerra es una política de hacer daño: todo lo relacionado con la guerra tiene como objetivo herir a las personas o su entorno social como vía para resolver el desacuerdo o, en algunos casos, fomentar el desacuerdo si es posible hacerlo”.3 La guerra como “política de hacer daño” es una actividad profundamente relacionada con el género en la forma en que se imagina, se convierte en estrategia y se lleva a cabo, así como en su impacto, representación, lenguaje y narración. En la guerra, la feminidad y la masculinidad se invocan de maneras específicas y los hombres y las mujeres desarrollan varios papeles que pueden consolidar la jerarquía de género, mantener la subordinación o transformar significativamente las relaciones de género. La generización4 de la guerra cambia el foco de atención, que pasa de centrarse en las estrategias bélicas y las motivaciones de los actores a explorar cómo la guerra privilegia los roles y las jerarquías de género. Los valores femeninos están mal vistos o se proyectan como valores a proteger y apreciar, mientras que se da por hecho que serán los hombres quienes asumirán la mayor parte del esfuerzo bélico. Sin embargo, una lectura de la guerra con perspectiva de género altera estas narraciones, desmiente los mitos bélicos e impide perpetuar la idea que la guerra es un resultado natural de los conflictos de la sociedad.

La generización de la guerra cambia el foco de atención, que pasa de las estrategias bélicas y las motivaciones de los actores, a explorar cómo se privilegian los roles y las jerarquías de género

En las últimas tres décadas, las feministas han escrito extensamente sobre la necesidad de democratizar los estudios sobre la guerra y otorgar a las personas un papel central en los análisis correspondientes.5 Estos relatos feministas subrayan como la guerra afecta a las mujeres y sus experiencias como víctimas, supervivientes y activistas contra la guerra y como sus cuerpos son símbolos culturales o nacionales sobre los cuales se libran las guerras. Pensamos en las guerras de Irak y Afganistán: lo que se proyectaba como una guerra entre enemigos (EEUU contra los talibanes o Al Qaeda y Saddam Hussein) no tardó en reflejar las disputas violentas que se daban entre diferentes órdenes de género. Ambas partes afirmaban que libraban una guerra para liberar a las mujeres, ya fuera de las limitaciones de la modernidad occidental decadente como de los regímenes islamistas fundamentalistas y autoritarios. Además, ambos bandos proyectaban una cierta masculinidad a su público predilecto. Por ejemplo, los militantes talibanes armados se aseguraban de que las mujeres fueran borradas de la vida pública, se reincorporaran al hogar «islámico» perfecto, completamente ocultas por la purdah, y realizaran tareas adecuadas a su identidad de género sancionada religiosamente. No sólo ejercían el control y el derecho total sobre las vidas y los cuerpos de las mujeres, sino que también gobernaban la moral pública y los espacios privados. Su masculinidad se definía por una interpretación muy restrictiva del Islam que les daba privilegios y poder mediante el militarismo. Por otra parte, la masculinidad estadounidense estaba gravemente amenazada por los ataques del 11 de septiembre de 2001, que generaron un sentimiento de emasculación.6 La recuperación de la masculinidad se convirtió en un proyecto político en el que el gobierno de Bush tuvo un papel fundamental. Sólo una respuesta militar espectacular frente a los ataques del 11 de septiembre sería suficiente y liberaría al mundo de los malvados terroristas talibanes. Es la respuesta que presenciamos en forma de invasión de Afganistán. Los buenos soldados de Estados Unidos no sólo servirían a su país y su gente, sino también a las mujeres de Afganistán, al liberarlas del control talibán. Esto es lo que hacen los hombres blancos civilizados: “¡Salvar a las mujeres de piel morena de los hombres de piel morena!”. En esta narrativa dominante no había espacio para escuchar a las mujeres ni sus aspiraciones, hasta que las feministas comenzaron a escribir sobre las cuestiones que les afectaban.

Una lectura de género de la guerra desmiente los mitos bélicos e impide perpetuar la idea de la guerra como resultado natural de los conflictos de la sociedad

Gracias a la investigación feminista hemos conocido la magnitud de la violencia sexual en las guerras.7 Emascular al «enemigo» y fecundar a las «mujeres enemigas» es ya una estrategia de guerra consolidada. En la guerra de liberación de Bangladesh de 1971, se calcula que 300.000 mujeres fueron sometidas a violencia sexual por el ejército paquistaní en el marco del desarrollo de una documentada estrategia de guerra de los niveles más altos de toma de decisiones. Bina D’Costa sostiene que las mujeres “eran violadas por miembros del ejército paquistaní en un afán estratégico de atacar a la identidad étnica bengalí”.8 Los trabajos de las feministas en diferentes disciplinas han facilitado que las historias de las mujeres bengalíes violadas sean accesibles, documentando sus experiencias y señalando los retos que tuvieron que afrontar después de la guerra; también durante las audiencias del Tribunal Internacional de Crímenes.9

Desde casos durante las guerras mundiales hasta la antigua Yugoslavia, desde Sudán hasta la República Democrática del Congo, desde el genocidio de los rohinyás hasta las guerras civiles en Nepal y Sri Lanka, desde las guerras del Estado Islámico en Siria e Irak hasta los conflictos en Cachemira y Chechenia, la violencia sexual ha sido ejercida por todos los bandos. Igualmente importantes, pero comparativamente menos abordados por la literatura, son los casos de violencia sexual contra hombres y niños, los cuales las feministas han comenzado a poner de relieve. De estas experiencias no se suele informar, precisamente debido al orden de género, que también se alimenta a base de preservar la masculinidad militarizada y no de las narrativas de emasculación.10 11 Otra área de investigación descuidada que han asumido las feministas que estudian las guerras es la de la participación de los niños y niñas y el impacto sobre ellos. La realidad de la incorporación de miles de personas menores de edad a las milicias armadas y como esclavas sexuales llamó la atención del público con la publicación del documental sobre el ejército Lord’s Resistance Army, dirigido por el jefe militar Joseph Kony en el norte de Uganda en 2012. Sin embargo, se trata de un fenómeno mucho más amplio, que pone de relieve no solo el abuso contra niños y niñas vulnerabilizadas, sino también la forma como ellos también navegan por las guerras violentas y sus consecuencias.12

Pese a implicarse profundamente en desvelar las historias de sufrimiento silencioso de las mujeres y de los niños y niñas, los análisis feministas van más allá de las narrativas de la victimización

Pese a implicarse profundamente en desvelar las historias sobre el antes, el durante y el después de la guerra, las cuales revelan un sufrimiento silencioso e inconmensurable de las mujeres y de los niños y niñas, los análisis feministas van más allá de las narrativas de la victimización. Estas narrativas se han cuestionado y se han matizado en varias obras de feministas, que han subrayado el papel de las mujeres en las guerras como planificadoras y perpetradoras. Siempre ha habido mujeres luchadoras en primera línea, mujeres estrategas militares de alto nivel y mujeres jefes de Estado que han tomado decisiones que han desembocado en la guerra. La inclusión con diferentes roles de las mujeres en los combates armados responde a una apelación al empoderamiento de las mujeres o a una reivindicación de las nociones femeninas tradicionales de sacrificio, nación y maternidad.13 Su participación en funciones de combate y de apoyo a estas funciones, en fuerzas armadas tanto estatales como no estatales, es un fenómeno creciente y depende de normas de género que varían entre una cultura y otra. Las razones por las que las mujeres tamiles lucharon en la guerra de Sri Lanka eran muy diferentes de las que tenían las mujeres que contribuyeron a la guerra anticolonial en Argelia de las que participaron en la resistencia militante en Cachemira o en la resistencia maoísta en Nepal. Aún hoy, algunas mujeres promueven la guerra y participan en actividades violentas de grupos parapoliciales de derechas, hasta el punto de defender el uso de la violencia extrema y de las violaciones contra mujeres percibidas como «enemigas».

En vez de restar importancia a estas mujeres que adoptan un rol de masculinidad militarizada, las obras feministas destacan la prevalencia de feminidades militarizadas que pueden realizar tareas aparentemente patriarcales, pero con motivaciones y objetivos diferentes. En muchos de estos casos, el orden de género se subvierte, por lo que provoca, en ocasiones, rupturas incómodas y cambios de paradigma: cambia la cultura de los ejércitos, se dejan de lado las normas tradicionales de género y las mujeres se encuentran en posiciones decisorias, y no sólo en una posición de víctimas. Esto no quiere decir que desaparezca la masculinidad militarizada, sino que la feminidad militarizada pone en cuestión los estereotipos de género (según los cuales los hombres son violentos y las mujeres son pacíficas) y deja espacio a los matices y a las identidades complejas y multicapa de las mujeres.

Centrarse en la masculinidad permite enfatizar que la mayoría de guerras son provocadas por los hombres y que la militarización y la masculinidad son co-constitutivas

Actualmente, varias fuerzas armadas de Estados liberales defienden que las mujeres sirvan como soldados. Esto puede cambiar o no la cultura de la guerra, pero sin duda significará que las fuerzas armadas que dependen de la cohesión patriarcal y la vinculación masculina estarán sometidas a unas nuevas normas de género y a una mayor representación de las mujeres14. Es imposible no pensar en las consecuencias de estos cambios para la violencia sexual y los derechos LGBTQ en el ejército, por un lado, y en las sociedades que restringen la participación de las mujeres en algunas áreas, por otro.

Aunque los análisis suelen enfocarse en los actores, la toma de decisiones, los métodos y los resultados de las guerras, las feministas también se han centrado en la categoría de género y su relación con el hecho “cotidiano”. La contribución más importante de las feministas a la relectura de género de la guerra se ha centrado en el militarismo y la masculinidad15. Aunque este vínculo es obvio y quizás el más sobreestimado, las obras recientes de carácter feminista y postcolonial han descifrado la relación entre el Estado, la ciudadanía y el militarismo. Los discursos sobre seguridad y desarrollo en contextos postcoloniales han conducido a un “militarismo excesivo” que se basa en un consenso compartido entre el Estado y la población: la seguridad es una empresa colectiva en la que el esfuerzo material y afectivo del militarismo debe realizarse por las dos partes16. La masculinidad tiene un papel crucial en estas expresiones de exceso de militarismo y tanto los Estados como los ciudadanos adoptan vocabularios masculinistas y libran guerras contra aquellos que consideran “los enemigos” o “los otros”. Ante el más mínimo cuestionamiento de su soberanía e integridad territorial, los Estados rebosantes de “ansiedad poscolonial” demuestran un militarismo excesivo para controlar a aquella ciudadanía no conforme, aquella que se considera que todavía no está integrada. Los ciudadanos, a su vez, adoptan lógicas y ethos militares, para combatir la violencia del Estado y también para conferirle legitimidad y asegurar la obtención de beneficios para el desarrollo. El caso del conflicto de los maoístas o naxalitas en la India es un ejemplo adecuado, en el que el Estado trata los insurgentes maoístas como ciudadanos desconcertados que hay que integrar en la “corriente principal” manu militari.17 La masculinidad del Estado se encuentra en conflicto directo con la masculinidad militarizada de una parte de las personas que se sienten marginadas. De hecho, las mujeres han participado en la guerra de guerrillas, quizás no con la esperanza de emanciparse completamente de las restricciones patriarcales, sino para aliviar las condiciones materiales y de vida que las hacen vulnerables ante la violencia del Estado.

Determinados tipos de muertes y sufrimientos por la guerra, como los infligidos por el hambre y la hambruna, no han encontrado un espacio en nuestros debates y escritos

Centrarse en la masculinidad (encarnada en el Estado y sus instituciones, en los grupos parapoliciales o guerrilleros, en los luchadores de la resistencia y en los ciudadanos comunes) permite poner énfasis en el hecho de que la mayoría de guerras son provocadas por los hombres y que la militarización y la masculinidad son co-constitutivas. Algunas obras recientes en este campo han cuestionado la idea de la masculinidad hegemónica, defendiendo masculinidades alternativas que puedan poner en duda la eficacia de las guerras y de la violencia. Sin embargo, la masculinidad militarizada no refleja completamente la realidad en torno a las guerras que tienen historias y desigualdades coloniales complejas. Al centrarnos en la narrativa de género de las guerras no debemos perder de vista que en nuestros estudios también hay ausencias y marginaciones ocultas.

Es importante tener en cuenta que las feministas han dado demasiada importancia a determinados tipos de violencia de guerra (la violación, el combate directo y las desapariciones) en detrimento de otras que quizás no son suficientemente “masculinas”, “excepcionales” o “típicas”. Estoy pensando en el hambre y las muertes por hambruna relacionadas con guerras y conflictos, un tipo de violencia lenta que solo se denuncia en ocasiones en calidad de crisis humanitaria, pero no como guerra infligida a determinadas poblaciones. Un estudio cuidadoso indicará que en el mundo hay más personas amenazadas por la inseguridad alimentaria y el hambre que por la muerte en un combate directo o por ataques contra civiles. Si bien las feministas sugirieron convenientemente que la guerra se estudia menos en comparación con la paz, su búsqueda se centró demasiado en determinadas guerras y cuerpos, a costa de otros. Paradójicamente, este enfoque selectivo en estudios críticos sobre la guerra contribuye a un mundo jerárquico y generizado, donde determinadas muertes tienen más valor político que otras. En este contexto, el reciente Premio Nobel de la Paz otorgado al Programa Mundial de Alimentos18 es un recordatorio oportuno e inteligente para todos los estudiosos de la guerra y la paz desde la perspectiva de género: determinados tipos de muertos y sufrimientos por la guerra, como los infligidos por el hambre y la hambruna, no han encontrado un espacio en nuestros debates y escritos.

Con su investigación y activismo, las feministas han demostrado hábilmente que las guerras se “normalizan” mediante discursos y prácticas de género

En conclusión, las narrativas generizadas sobre las guerras señalan diferentes roles que desarrollan hombres y mujeres, así como la subversión de las jerarquías de género y la preservación del orden social de género, donde las guerras parecen inevitables e incluso naturales. Como se ha analizado en los párrafos anteriores, los conocimientos feministas han sido claves para destacar las diversas formas de violencia y males que inflige la guerra, aquellas que están ocultas, borradas o son “lentas” y menos espectaculares. ¿Podemos volver a imaginar un mundo sin la relevancia y el espectáculo de las guerras? Sí. Con su investigación y activismo, las feministas han demostrado hábilmente que las guerras se “normalizan” mediante discursos y prácticas de género. Sin embargo, la citada reimaginación también requeriría que reconociéramos las diferencias en los enfoques, las epistemologías y los métodos feministas, lo que nos permitiría romper todos los mitos posibles que normalizan la guerra en la historia humana u otorgan prioridad a un tipo de sufrimiento en detrimento de otro.

1. Parashar, Swati (2014). Women and Militant Wars: The Politics of Injury. Londres: Routledge.

2. Yadav, Punam (2020). ”Can women benefit from war? Women’s agency in conflict and post-conflict societies”. Journal of Peace Research.

3. Sylvester, Christine (2013). War as Experience: Contributions from International Relations and Feminist Analysis. Londres: Routledge.

4. N. de la T.: Del inglés gendering (to gender o to genderize), hace referencia a la aplicación de una perspectiva de género a un campo de estudio o situación que se ha analizado previamente de manera neutral y no ha tenido en cuenta los efectos de la masculinidad y feminidad en su desarrollo.

5. Parashar, Swati (2013). “What wars and ‘war bodies’ know about international relations.” Cambridge Review of International Affairs, 26 (4): 615-630.

6. N. de la t.: Debilitación de la propia identidad y masculinidad, relacionada con una sensación de pérdida de poder y control que ataca al honor y la dignidad.

7. Eriksson Baaz, Maria y Stern, Maria (2013). Sexual Violence as a Weapon of War? Perceptions, Prescriptions, Problems in the Congo and Beyond. Londres y Nueva York: Zed Books.

8. D’Costa, Bina (2011). Nationbuilding, Gender and War Crimes in South Asia, Nueva York: Routledge.

9. Ibíd.

10. Zawleski, Marysia, Drumond, Paula, Prügl, Elisabeth, y Stern, Maria eds. (2018). Sexual violence against men in Global Politics. Nueva York: Routledge.

11. Feron, Elise (2018). Wartime Sexual Violence against Men: Masculinities and Power in Conflict Zones. Lanham: Rowman and Littlefield.

12. D’Costa, Bina, ed. (2016). Children and Violence: Politics of Conflict in South Asia, Nueva Delhi: Cambridge University Press India.

13. Parashar, Swati (2014). Women and Militant Wars: The Politics of Injury. Londres: Routledge.

14. Megan MacKenzie (2015). Beyond the Band of Brothers: The US Military and the Myth that Women Can’t Fight. Cambridge: Cambridge University Press.

15. Duriesmith, D. (2017). Masculinity and New War. Londres: Routledge.

16. Parashar, Swati (2018). “Discursive (in)securities and postcolonial anxiety: Enabling excessive militarism in India”, Security Dialogue. 49 (1-2): 123-135.

17. N. de la T.: Locución latina que significa ’militarmente, por la fuerza de las armas’.

18. Parashar, S., Orjuela, C. “Nobel Peace prize to World Food Programme recognises hunger as violation of human rights”, The Indian Express, 13 de octubre de 2020.

SOBRE LA AUTORA
Swati Parashar es directora del Centro de Globalización y Desarrollo de Gotemburgo (GCGD) y profesora titular de Investigación sobre la Paz y el Desarrollo en la Facultad de Estudios Internacionales de la Universidad de Gotemburgo (Suecia). Su investigación aborda las intersecciones entre el feminismo y el poscolonialismo, con especial atención a la guerra, la paz y el desarrollo. Recientemente ha coeditado el Routledge Handbook of Feminist Peace Research, que se encuentra en proceso de publicación. Es autora y editora de varios libros y artículos de revista, y colabora periódicamente en debates en los medios como columnista de opinión. Es editora asociada de la revista Critical Studies on Security y forma parte de los consejos asesores de las revistas International Feminist Journal of Politics, Millennium: Journal of International Studies, Critical Terrorism Studies y Security Dialogue. Ha sido miembro activo de la Asociación de Estudios Internacionales durante más de una década, ejerciendo en su Consejo Rector como presidenta de la Sección de Estudios de Paz, miembro no adscrita de la Sección de Estudios de Teoría Feminista y género, y miembro del Comité de Libertad Académica.

Esta es una versión traducida del artículo publicado originalmente en inglés.

Fotografía WPS Working Group, de Fardin Waezi/UNAM