Reorientando la seguridad desde el feminismo

La seguridad nacional y los cuidados: dos caras de la misma moneda

Los conceptos y acciones relacionadas con los cuidados se reflejan en todos los rincones del mundo. Hasta cierto punto, el Estado también realiza tareas de cuidado. Algunas prestaciones que promociona el gobierno, como la educación gratuita para la infancia y adolescencia, garantizan que todas las personas tengan acceso a estas estructuras de apoyo. Otros mecanismos, como la asistencia sociosanitaria, se construyen específicamente para llegar a las personas en situación de vulnerabilidad que necesitan ayuda. El cuidado es lo que hace girar el mundo, tanto a nivel global como local, y suele servir para mantener la seguridad de las personas. De esta manera, las nociones relacionadas se manifiestan también en nuestra manera de entender la seguridad nacional.

Como estadounidense residente en el Reino Unido, mi concepción de los cuidados prestados por el Estado está condicionada por mi vivencia en ambas sociedades. Los Estados Unidos, superpotencia mundial y una de las naciones más ricas económicamente, no tienen, sin embargo, la voluntad de impulsar estos programas sociales. El Reino Unido, por su parte, se está apresurando a constreñir las políticas de cuidados mediante un régimen de austeridad. En un mundo cada vez más capitalista, organizado en torno a los valores patriarcales, los cuidados se mercantilizan y se manipulan para explotar a determinadas personas. Sin embargo, «en aquellos hogares, comunidades y Estados nación donde la prestación y la recepción de cuidados son adecuadas y no explotadoras, se reducen los riesgos asociados a otros tipos de amenaza a la seguridad».1 En otras palabras, los cuidados crean un efecto dominó en todos los rincones del planeta.

En un mundo cada vez más capitalista, organizado en torno a los valores patriarcales, los cuidados se mercantilizan y se manipulan para explotar a determinadas personas

Mientras los Estados disminuyen su interés por los cuidados, aumentan el interés por las aproximaciones feministas en la formulación de políticas. De hecho, un número creciente, incluidos los Estados Unidos y el Reino Unido, se están comprometiendo con los marcos de la Política Exterior Feminista (PEF). Sin embargo, los esfuerzos para eliminar los mecanismos de apoyo social entran en contradicción con los objetivos de las PEF, que priorizan expresamente las necesidades de las personas en situación de marginación y vulnerabilidad, y están fuertemente influidas por la noción de seguridad humana. ¿Cómo se puede, entonces, conciliar ambos aspectos?

Utilizando la ética del cuidado como marco teórico,2 describo la necesidad de ampliar nuestra comprensión sobre la seguridad nacional más allá del militarismo y la disuasión, con el fin de aplicar una verdadera PEF. Este artículo dedicará primero una mirada crítica al abismo que separa las ideas sobre el cuidado de las ideas sobre la seguridad y destacará algunas de las características más útiles de la ética del cuidado. En segundo lugar, explorará cómo la PEF puede reflejar una asociación actualizada entre los cuidados y la seguridad.

La amenaza de la fuerza y la ​​violencia como mecanismo para mantener «seguras» a las personas es habitual

Ética del cuidado en relación a la seguridad

Las feministas hace tiempo que señalan los vínculos entre lo local y lo global, lo personal y lo político. Tiene sentido, pues, que, la ética del cuidado tenga sus raíces en el pensamiento feminista, como medio para entender la identidad, la subjetividad y la moral con una perspectiva relacional. Concretamente, cómo nos relacionamos y cumplimos nuestras responsabilidades mutuas es la perspectiva clave a través de la cual la ética del cuidado nos pide que filtremos la información. La línea entre lo privado y lo público se difumina explícitamente, ya que las cuestiones relacionadas con la intimidad “tienen una gran importancia política en la medida en que su forma y naturaleza están determinadas por relaciones de poder que se desarrollan en diversos contextos, desde el hogar hasta la economía política mundial”.3

El mundo en que existimos y sus jerarquías de poder tienen una influencia formativa en nuestra manera de responder y relacionarnos, ya sea entre personas o entre Estados. Actualmente estas jerarquías se basan en valores patriarcales que consideran al poder como un recurso limitado que se debe acaparar y no compartir. Esto orienta las concepciones generales sobre la seguridad y se refleja en el uso de enfoques fuertemente militarizados para mantener la “seguridad” de un Estado y su población. Sin embargo, el feminismo muestra un desinterés activo por reforzar las jerarquías y, en cambio, intenta normalizar un tipo de relacionalidad diferente que incluya la compasión, el poder compartido y los cuidados.

El feminismo intenta normalizar un tipo de relacionalidad diferente que incluya la compasión, el poder compartido y los cuidados

Fiona Robinson4 señala que, a priori, la seguridad y los cuidados parecen polos opuestos. La palabra “cuidado” se origina en la raíz latina “securus” que en un giro bastante irónico significa “sin cuidado”. El origen de la palabra evidencia una resistencia a la idea de cuidar o preocuparse. Esta cuestión ha pervivido hasta nuestros días, donde cualquier referencia a la atención o la empatía se elimina intencionadamente del discurso sobre la seguridad. En particular, la seguridad nacional occidental se basa en ideas relacionadas profundamente con el género y fundamentadas en la optimización del poder.Muchos Estados intentan conseguirla con el desarrollo de un arsenal militar y de armamentos. La capacidad de lograr seguridad, pues, se basa en el potencial de un Estado de causar daños y muertes en otros Estados. Por ejemplo, la dramática jerarquía nuclear entre los que disponen y los que no disponen de armamento nuclear significa que las ideas sobre disuasión influyen a menudo en las relaciones y procesos internacionales. La amenaza de la fuerza y la ​​violencia como mecanismo para mantener “seguras” a las personas es habitual. La dominación y la agresividad, rasgos típicamente codificados como masculinos, se justifican como formas de autodefensa. El papel de la protección, otro rasgo codificado como masculino, se asigna al Estado, y un “buen” liderazgo se equipara a la voluntad de infligir violencia para mantener la paz.5 6

En este enfoque sobre la seguridad hay una ausencia clara de cualquier cosa que se parezca al cuidado. Sin embargo, la etiqueta “seguridad” también se ha aplicado a la seguridad alimentaria, la seguridad de la vivienda y la seguridad social, que precisamente operan para sustentar el bienestar de las personas.7 La contradicción entre cómo se entiende y se aplica la seguridad en espacios internacionales y cómo se hace en los domésticos refleja una terca insistencia patriarcal e imperialista en que haya poca superposición entre lo local y lo internacional. De ello no se desprende que haya una aplicación uniforme y universal de los cuidados en el contexto de la seguridad, ni que haya que mantener ciegamente los cuidados en un pedestal.8 Hacerlo sería contrario a los fundamentos filosóficos de la ética del cuidado, como se analizará a continuación. Por el contrario, incorporando estos principios al discurso sobre seguridad podemos cuestionarnos lo aceptado como objetivo y empezar a abrir poco a poco la puerta hacia formas nuevas y “alternativas” de entender la seguridad; por ejemplo, la de la política exterior feminista.

La PEF representa décadas de activismo feminista centrado en normalizar una nueva manera de hacer política exterior para lograr una paz sostenible

Política exterior feminista, ética del cuidado y seguridad

La política exterior feminista hace referencia a un marco de políticas que ha sido defendido recientemente por un grupo reducido pero creciente de Estados. Algunos, como Suecia y México, muestran un compromiso elaborado con esta agenda. Otros, como Canadá y Francia, se comprometen parcialmente. Finalmente, otros, como España, Luxemburgo, los Estados Unidos y el Reino Unido, están empezando a tantearla, con compromisos o llamados para su adopción.9

La PEF representa décadas de activismo feminista centrado en normalizar una nueva manera de hacer política exterior para lograr una paz sostenible. Presta atención a las estructuras patriarcales existentes que configuran nuestras sociedades y que reproducen ideas de seguridad muy limitadas y a menudo dañinas. A modo de ejemplo, esto se traduce en la práctica en la inclusión de personas que tradicionalmente han sido excluidas de los espacios de toma de decisiones políticas o en la redistribución de fondos de los presupuestos de defensa a los presupuestos de educación y sanidad. En resumen, incorporar una perspectiva feminista en la política exterior permite examinar las dinámicas de poder que se manifiestan entre personas, comunidades y Estados. Alejarse de los sistemas patriarcales como el capitalismo, el imperialismo y el colonialismo se convierte en un foco central de atención en la concepción de las políticas.10

Incorporar una perspectiva feminista en la política exterior permite examinar las dinámicas de poder que se manifiestan entre personas, comunidades y Estados

Hay muchos paralelismos entre la ideología que fundamenta la ética del cuidado y la de la PEF. Ambas se interesan en dar a conocer y cuestionar “la forma en que el patriarcado sirve para institucionalizar las relaciones jerárquicas en la política global a la vez que descarta o ridiculiza la capacidad de una empatía y de una escucha activa”.11 Tanto la PEF como la ética del cuidado rechazan las dicotomías binarias y defienden un contexto más profundo, donde se entienda de qué manera las relaciones conforman cualquier situación o dilema moral. Estas ideas nos alejan rápidamente del ámbito realista del pensamiento e incorporan principios de seguridad humana. De esta manera podremos reflexionar mejor sobre cómo las ideas de género, raza, clase, sexualidad, (dis)capacidad y etnia influyen en si percibimos los cuidados como útiles o inútiles en la formulación de políticas de seguridad. En una de las obras más recientes de Robinson, la autora presenta la teoría de la ética del cuidado como una marco orientativo para desarrollar una PEF más robusta. Hay tres principios que Robinson12 plantea como útiles para la PEF: la relacionalidad, el contexto y la revisabilidad.

En primer lugar, la relacionalidad habla del proceso mediante el cual un actor, sea una persona o un Estado, logra una entidad individual mediante las relaciones con los demás. La moralidad trata de dar respuesta a las necesidades de los demás por medio de la escucha, la paciencia y la comprensión. Cuando se consideran dentro del contexto de la seguridad, se ponen de manifiesto estos principios de seguridad humana que nos alejan de un enfoque centrado explícitamente a proteger el territorio y cosificar las fronteras. Por el contrario, nos reorientan hacia la satisfacción de las necesidades básicas para garantizar la salud y el bienestar de la persona media.13 Del mismo modo, nos permite rechazar el hábito de codificar el comportamiento como masculino o femenino y utilizar este dato para informar sobre qué y quién hace una política “buena”. Como indica Robinson,14 los vínculos del ser humano con las construcciones de género son más fáciles de encontrar cuando somos capaces de construir relaciones fuera de los límites de las jerarquías.

Sería un error presentar la PEF como autoridad moral absoluta basada en las ideas occidentales sobre los derechos humanos. Nos conduciría por un camino rígido, inflexible y, por tanto, no feminista

En segundo lugar, bajo una perspectiva de la ética del cuidado, la identidad no se define como una manera de hacer distinciones entre personas, sino que trata de las relaciones entre ellas. Y para entender las relaciones, también debemos entender el contexto. La PEF no será transformadora si adopta y aplica un conjunto rígido de normas morales. Hay que plantear un proceso lento, en el que su marco se desarrolle a conciencia y de manera reflexiva, para contextualizar adecuadamente las relaciones históricas y contemporáneas entre actores.15 Es decir, sin basarse en el contexto las decisiones políticas seguirán fallando a las personas y reforzarán la moral abstracta en aras de reforzar la moral abstracta.

Por último, la revisabilidad indica que nada es inmutable ni está grabado en piedra. Navegar por dilemas morales complejos y hacerlo de forma que se oponga al statu quo invita a un proceso constante de pensamiento reflexivo e introspectivo. En el caso de la política exterior, esto significa cuestionar el patriarcado como marco moral principal. La revisabilidad se orienta en torno a la idea de que las decisiones no conducen a resultados estáticos, sino sólo a resultados mejores o peores. Este último paso está intrínsecamente ligado a los dos primeros, ya que alejarse de un marco moral universal y rígido proviene de la preocupación por el contexto, a fin de comprender mejor las relaciones dentro del panorama general. Sería un error presentar la PEF como autoridad moral absoluta basada en las ideas occidentales sobre los derechos humanos. Un error que nos conduciría por un camino rígido, inflexible y, por tanto, no feminista.

La factibilidad de una política exterior verdaderamente feminista es todavía discutible, pero podemos marcar el camino hacia una seguridad orientada a las personas y no a los territorios.

Conclusiones

La idea de un Estado que reforme sus motivaciones patriarcales y se reoriente hacia la justicia y la igualdad es emocionante. Sin embargo, muchas feministas, pese a celebrar los esfuerzos de los Estados para adoptar y aplicar la PEF, siguen siendo escépticas sobre la capacidad de un organismo patriarcal de convertirse en un actor verdaderamente feminista. Audre Lorde plasma acertadamente este problema al comentar que “las herramientas del amo nunca derribarán la casa del amo”.16 ¿El Estado puede reformar sus propias instituciones de modo que la igualdad sea una realidad, o veremos cómo las ideas feministas se tuercen y se manipulan para servir las agendas patriarcales? Me aventuro a decir que es demasiado pronto para saberlo.

En última instancia, invocar un marco ético como la ética del cuidado para guiar la PEF “consiste en ver a los actores globales como constituidos y sostenidos por relaciones en momentos y lugares específicos; y analizar cómo el poder, en sus diversas formas, convierte estas relaciones (en contextos siempre cambiantes) en algo opresivo o capacitador”.17 Si los valores y las normas sociales configuran nuestro marco de comprensión de cualquier argumento moral, tal como indica la ética del cuidado, el uso de estas ideas para desarrollar una PEF más robusta debe incluir una lealtad firme a la relacionalidad, la contextualización y la revisabilidad. Aunque la factibilidad de una política exterior verdaderamente feminista es todavía discutible, al menos podemos marcar el camino hacia una seguridad orientada a las personas y no a los territorios.

1. Robinson, F. (2011). The Ethics of Care: A Feminist Approach to Human Security, Temple University Press.

2. Mi escrito se basa en el excelente trabajo de Fiona Robinson en este ámbito.

3. Ibídem, Robinson, F. (2011).

4. Ibídem, Robinson, F. (2011).

5. Cohn, C. (1993). “Wars, Wimps and Woman: Talking Gender and Thinking War”. En Cooke, M. y Woollacott, A. (eds.), Gendering War Talk, Princeton: Princeton University Press, pág. 232.

6. Conway, M. (2016). A Feminist Analysis Of Nuclear Weapons: Part 1 – Hegemonic Masculinity. Centre for Feminist Foreign Policy. Disponible en: https://centreforfeministforeignpolicy.org/journal/2016/12/30/a-feminist-analysis-of-nuclear-weapons-part-1-hegemonic-masculinity

7. Ibídem, Robinson, F. (2011).

8. Ibídem, Robinson, F. (2011).

9. Vogelstein, R., Bigio, J., y Turkington, R. (2020). “The Best Foreign Policy Puts Women At The Center”, Foreign Affairs. Disponible en:https://www.foreignaffairs.com/articles/2020-03-09/best-foreign-policy-puts-women-center

10. Centre for Feminist Foreign Policy (2020) Feminist Foreign Policy. [Web] Disponible a: https://centreforfeministforeignpolicy.org/feminist-foreign-policy

11. Robinson, F. (2019). “Feminist foreign policy as ethical foreign policy? A care ethics perspective”, Journal of International Political Theory, págs. 1-18.

12. Ibídem, Robinson, F. (2019).

13. Gomez, O., y Gasper, D. (2020). Human Security Guidance Note – Human Development Reports. Hdr.undp.org. Disponible en:http://hdr.undp.org/en/content/human-security-guidance-note

14. Ibídem, Robinson, F. (2019).

15. Ibídem, Robinson, F. (2019).

15. Ibídem, Robinson, F. (2019).

17. Ibídem, Robinson, F. (2019).

SOBRE LA AUTORA
Marissa Conway es cofundadora del Center for Feminist Foreign Policy, se está doctorando en Política en la Universidad de Bristol (Reino Unido) y figura en la lista Forbes 30 Under 30. Conway también es investigadora asociada en la School of Oriental and African Studies (SOAS, Universidad de Londres) y miembro de la red Gender Champion in Nuclear Policy. Es licenciada en Ciencias Políticas y en Música por la Universidad Chapman (Estados Unidos).

Esta es una versión traducida del artículo publicado originalmente en inglés.

Fotografía Women, Peace and Security: Security Council Open Debate 2019, de Ryan Brown/UN Women