Drones: ¿amenaza o adelanto?

Drones: ¿quién quiere qué y para qué?

Los drones , no hace falta decirlo, se han convertido en eso que se llama un Trending Topic pero tras su aparente novedad hay algunos aspectos que no lo son tanto, de novedosos. ¿Quién los quiere? ¿Y para hacer qué? Ésta es la pregunta esencial y, para responderla, primero tenemos que ver qué son y qué no son los drones, así como los ejes de los debates que genera este fenómeno tecnológico. Por lo tanto, diez pequeñas reflexiones:

1.- ¿Qué es un dron? En realidad es un vehículo aéreo, una máquina que vuela sin ningún ser humano que lo pilote, en el sentido que se encuentre físicamente en el aparato. Pero que alguien lo dirige, a día de hoy, no hay duda. ¡Oh! dirá alguien, puede estar dirigido por un programa informático. Pero este programa también lo ha hecho alguien, y así sucesivamente. El primer punto es importante: por mucha tecnología que pongamos -con más o menos mala fe- al final a día de hoy todavía hay un elemento clave en la decisión de su uso: el elemento humano. Es decir, alguien toma una serie de decisiones y, como se verá con el tiempo, alguien (personas físicas, no sólo instituciones jurídicas o «parques tecnológicos») tiene, le guste o, no la responsabilidad. Eso abre una línea, entre otras, de consecuencias jurídicas de gran trascendencia.

2.- Para aclarar qué es y qué no es un dron, hay que recordar que no es sólo o exclusivamente un arma de guerra. Es simplemente un aparato que vuela, sin nadie a bordo que lo dirija, siguiendo instrucciones y parámetros que alguien gestiona desde tierra. Hay drones de uso no militar, que pueden hacer funciones civiles, como vigilar el tráfico o cultivos agrícolas, dar apoyo a retransmisiones deportivas por televisión, y últimamente, puede ser también un gadget adicional: una compañía de venta de libros, dvd y otras cosas por internet parece que propondrá la entrega de los productos vendidos mediante el uso de drones. Quedarían pendientes de análisis el tema del coste y de la seguridad vial, entre otros.

3.- Pero incluso en su uso no bélico es cierto que el despliegue de drones por aquéllos que gobiernan las instituciones -y no son militares- tiene que considerar toda una gama de usos posibles (algunos aquí citados, pero hay más) que comportan una necesidad de precisión legal: por una parte, ¿cómo pueden afectar a algunos derechos fundamentales, como el derecho a la privacidad y el derecho a la intimidad y la propia imagen? Y no es suficiente decir: «¡Pero si la privacidad se ha acabado! es ingenuo insistir en el tema, etc.» De ninguna manera puede darse por acabado este debate. Es cierto que nuestras sociedades democráticas se han planteado en los últimos años retos cruciales en materia de seguridad. Y no nos refiramos sólo al 11-S, Atocha 2004, Londres 2005, etc., sino también a la lucha contra el crimen organizado, el tráfico de drogas y de personas (mafias responsables de flujos migratorios de consecuencias dramáticas, en Malta, Lampedusa y otros).

4.- En este sentido, pues, los drones (de uso no bélico) no es que planteen un tema radicalmente nuevo, lo replantean a una escala cualitativamente nueva y más complicada, aunque nos encontremos de nuevo con un episodio más del delicado equilibrio entre derechos fundamentales y políticas de seguridad, orden público, etc. Algunos opinan que no cabe esperar grandes nuevas ideas en esta materia, porque esta cuestión ya se trató socialmente con la instalación de cámaras de vigilancia en la vía pública, aeropuertos, estaciones de ferrocarril y metro. Un equilibrio que hay que ir precisando, donde intervendrán los legisladores, los movimientos de defensa de los derechos fundamentales, los medios de comunicación y otros actores políticos y sociales. Pero en ningún caso el debate se tendría que saldar desde posiciones tan radicales como simplistas: desde el «todo seguridad» que quiere la NSA y muchos gobiernos, al «ningún control de ningún tipo, nunca, sobre los ciudadanos». Que cada uno asuma su responsabilidad en este debate.

Los drones no son tan nuevos como se presentan, pero lo parecen porque así conviene a políticos, militares y a la potente industria corporativa privada

5.- Dicho esto, vamos ahora cabe al caso específico de los drones de uso bélico. Aquí también se tiene que precisar que hay dos variantes, que para resumir serían: los drones como arma de ataque explícita; y los drones con usos militares complementarios. Este segundo caso es más sencillo de abordar ya que se trata de vehículos aéreos de vigilancia, captación de imágenes, control de «superficie». Ciertamente, los datos que capturan y transmiten pueden servir después para acciones bélicas pero ni más ni menos que el uso de aviones, como los Awac u otras variantes. En cambio, hay que centrarse un poco en el uso de los drones como arma de guerra en sentido estricto, lo cual los asimila a aviones de bombardeo, de caza, de ataque a tierra, al uso de misiles o artillería diversa. Es decir, un arma que mata, así de claro.

6.- Algunas fuentes sitúan en 2001 el uso militar de drones como arma directa de ataque, a partir de la guerra en Afganistán. Hoy en día se calcula que unos 40 estados tienen drones o han decidido adquirir a corto plazo (y pueden hacerlo, presupuestaria y técnicamente). Esta década, y eso quizás marca una de las novedades del nuevo siglo y del nuevo milenio, será la de algunos intentos de seguir haciendo lo mismo que siempre -guerras-pero con nuevos medios o relativamente nuevos, con el fin de incrementar la eficacia de las propias acciones y debilitar las del oponente. Otros expertos pueden precisar los datos, pero aquí se podría hacer un inciso para indicar que, con respecto a los Estados Unidos, aunque los drones van de la mano de las dos presidencias de George Bush -sobre todo en Afganistán y en su frontera oriental-, con Barack Obama su uso se ha incrementado sustancialmente (respecto a la cantidad, al número de bajas civiles provocadas, etc.) y se ha ampliado a otros escenarios (Pakistán, Yemen, incluso Somalia). De manera que de 2004 a 2013 tan sólo en Pakistán los drones han matado 3.460 personas, de las cuales, según fuentes pakistaníes, al menos un 35% sólo pueden ser calificadas de «civiles inocentes».

7.- Todo eso pasa por diversas razones, en esta lógica de hacer lo de siempre de manera innovadora o supuestamente innovadora. Con respecto a las razones militares, la lógica descansa sobre dos argumentos. El primero es que según los casos citados previamente (Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia) el uso de drones en teoría tiene que servir para no tener que poner tropas en el terreno, entrar, ocupar, buscar y perseguir al enemigo, con resultados en teoría más eficientes. Pero al final hay una ecuación simple: menos bajas propias -si puede ser cero bajas propias- y maximizar las del enemigo. Sería injusto afirmar que los Estados Unidos son el único protagonista de esta estrategia. Desde hace tiempo, de hecho desde antes de que los Estados Unidos los integraran en su estrategia, las fuerzas armadas y de seguridad de Israel ya habían integrado estos múltiples usos de los drones: sobre todo para vigilar, seguir, identificar y hacer -o ayudar a hacer- ataques letales con otros medios, como misiles aire-tierra, en lugares como la Franja de Gaza o en áreas de Cisjordania.

El segundo argumento de la lógica militar es complementario. Se trata de vender que, cuanta más tecnología, más «limpia» es una guerra. Esta teoría de la «guerra limpia» no conviene sólo a los militares (al final ellos hacen lo que se les ordena y además asumen mucho más directamente las consecuencias). Se busca también que no decrezca el ritmo de alistamiento, porque países que pretenden ser una «potencia mundial» necesitan fuerzas armadas de grandes dimensiones pero ya no tienen «mili obligatoria» y el reclutamiento es un grave problema. ¡En las guerras de Corea y sobre todo de Vietnam, los Estados Unidos perdieron decenas de miles de soldados (sólo en Vietnam, casi 60.000)! En cambio en la época de las guerras del siglo XXI, Irak y Afganistán, 1.000 bajas es una cifra inaceptable socialmente, por lo que parecen indicar las encuestas. Esta lógica de la «guerra limpia» pretende conseguir hacer más aceptable socialmente la guerra, dar la sensación de más seguridad a los miembros de las fuerzas armadas y evitar la «fatiga de combate» que produce toda instalación en una guerra de larga duración (recordemos el caso de Vietnam, por ejemplo).

El uso de drones responde a una ecuación simple: menos bajas de soldados propias y maximizar las del enemigo. Y al mismo tiempo se trata de vender que, cuanta más tecnología, más «limpia» es la guerra

8.- Ahora bien, aquí la línea de responsabilidad se desplaza claramente a otro nivel, a los que toman las decisiones en las instituciones públicas: la clase política, los políticos. En este sentido, los argumentos del párrafo anterior crecen en importancia exponencialmente. Los gobiernos que participan en conflictos armados y responden a la lógica del estado de derecho (con todos los inconvenientes que queráis) lo hacen bajo fuertes condicionantes propios de toda «sociedad de opinión»: elecciones, encuestas, el peso de los medios de comunicación, las redes sociales, etc. Todo esto hace que «la decisión» esté condicionada por factores heterogéneos, poco compatibles, poco racionales. Y en este sentido los políticos toman decisiones que responden a una amplia gama de motivos pero que no tenemos que confundir con el discurso de legitimación que lo acompaña aunque busque dar coherencia de cara al público en cosas que no tienen a menudo ni pies ni cabeza. Es la famosa dictadura del relato, o si queréis, la dictadura de los asesores de comunicación.

9.-Un motivo adicional de complicación, y el caso de Estados Unidos es espectacular en este sentido, es que a veces los que toman la decisión (o pesan en el proceso) no tienen ni han tenido experiencia militar, no digamos ya de combate. Eso hace que a veces los militares de más alta graduación hayan mirado con desconfianza (o directamente menosprecio) a grandes «guerreros de sobremesa» como Rumsfeld o Wolfowitz, cuyas «decisiones estratégicas» provocaron desastres de proporciones bien conocidas. Y eso, al final, hace que los militares cedan o se dejen arrastrar por toda nueva «doctrina» que, más o menos bien acompañada del apropiado discurso tecnológico, haga la decisión de ir a la guerra menos costosa para ellos y sus soldados. Así de poco sofisticado es el tema.

De 2004 a 2013, sólo en Pakistán los drones han matado 3.460 personas, de las cuales, según fuentes pakistaníes, al menos un 35% sólo pueden ser calificadas de «civiles inocentes»

10.- Como conclusión, los drones no son en el fondo tan nuevos aunque algunos autores los presenten como una auténtica «revolución en los asuntos militares». Pero lo parecen y lo parecerán porque así conviene a los políticos, a los militares y sobre todo a la potente industria corporativa privada que vive de todo ello y que, en versión más rústica, ya denunció el propio general Eisenhower en los años 50… ¿También oiréis -de hecho ya se han publicado cosas al respecto- que pronto los drones se autoprogramarán, se dirigirán «solos» (¿sin software?, imposible; y ¿si hay software, quien lo hace?), decidirán objetivos, bla, bla, bla… y estaremos en la era de los «robots que matan» sin que ningún elemento humano intervenga. Debo tener cara de asno, pero no me lo creo, ni lo veo en ningún futuro verosímil. Además, puestos a pensar mal, este argumento parece jugar a favor de esta idea: «Ánimo, pronto tendremos una generación de drones y otros utensilios que nos permitirán, por fin y definitivamente, evitar con todas las garantías cualquier tipo de responsabilidad penal en relación al derecho de la guerra y al derecho internacional humanitario». Hasta aquí habríamos llegado.

Fotografía: Official U.S. Navy flickr Page. Modificada. Link a la licencia.

© Generalitat de Catalunya