¿Dónde están las personas desaparecidas? Verdad y justicia, un requisito para la paz

Arte y cultura como procesos de sanación y memoria en Colombia

En Colombia, la reparación de las víctimas del conflicto no ha sido del todo efectiva. y ese proceso presenta grandes desafíos para el reconocimiento integral de sus derechos. En este contexto, si bien algunas personas académicas y activistas ven en el papel de las reparaciones simbólicas una forma de resarcir los daños causados y asimilar los efectos traumáticos del conflicto, muchas otras lo ven como una forma de no asumir responsabilidades de fondo frente a la reparación integral. La reparación simbólica juega, sin duda, un papel fundamental para garantizar la verdad, la justicia y la no repetición, pero lamentablemente es una dimensión a la cual no se le ha dado la atención e importancia que tiene.

Por este motivo, proveer condiciones para garantizar la efectividad de la reparación integral se ha convertido en uno de los retos más grandes de la justicia transicional en Colombia. Es así como las acciones simbólicas de diversa índole llevadas a cabo por colectivos e individuos, también para el caso específico de la desaparición, son una estrategia de reparación que va más allá de las instituciones y de las miradas tradicionales; pues ponen en el centro el sentir de las víctimas y sus modos de ver y percibir el mundo, convirtiéndose en prácticas que constituyen mecanismos de reparación autónomos.

En consecuencia, las diversas estrategias y acciones creativas y artísticas juegan un rol fundamental en la construcción de paz de dos maneras específicas. Por un lado, el arte emerge como forma de comunicación, denuncia-protesta y también como crítica-resistencia y manifestación social y política, posibilitando espacios de transformación social. Por otro lado, el arte surge como escenario que formula preguntas, como una herramienta de autodescubrimiento, de tramitar, reelaborar y resignificar traumas, sanarse en lo íntimo y en lo público, de narrarse y de construir memoria de otra manera.

La reparación simbólica juega un papel fundamental para garantizar la verdad, la justicia y la no repetición

Es un hecho que la reconstrucción de la memoria pasa por sus protagonistas: mujeres, comunidades, activistas y ciudadanos y ciudadanas de a pie –y no solamente por profesionales, saberes expertos y medios de comunicación–, en un proceso que entreteje memoria, historia, verdad y justicia en contextos complejos.

Con el más reciente hallazgo de una gran fosa común en Dabeiba, Antioquia, en diciembre de 2019 por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), emerge nuevamente de manera pública la desaparición forzada y las ejecuciones extrajudiciales como un hecho atroz en el conflicto colombiano. Más de 100.000 desaparecidos y, según el Instituto de Medicina Legal, se estima que todavía hay 200.000 cuerpos sin identificar.

Para quienes hemos vivido de cerca el drama de la desaparición por diversas circunstancias y hemos trabajado de la mano con diferentes comunidades y víctimas a lo largo de los años, sabemos que expresar con palabras ese sinnúmero de sensaciones y emociones al afrontar dicha realidad es una tarea que toma mucho tiempo. He visto en mi experiencia personal compartiendo con comunidades urbanas y rurales desde finales de los años 90 como, por ejemplo, en Soacha y otras zonas en Bogotá, jóvenes raperos evocaban en sus líricas la memoria de sus pares desaparecidos, como también a campesinos, mujeres, comunidades, afrocolombianos e indígenas en diferentes zonas del país quienes, a través de sus bailes tradicionales, cuentos y canciones han narrado sus dolores, sueños y esperanzas.

Las acciones simbólicas ponen en el centro el sentir de las víctimas y sus modos de ver y percibir el mundo

Así pues, las diferentes expresiones artísticas son una muestran simbólica que pone de manifiesto a la sociedad y sus ciudadanos la dimensión de la tragedia y la necesidad de no repetirla. Se trata de otras maneras de abordar y narrar la violencia más allá de lo jurídico y académico, con la intención de comprender y visibilizar realidades que se abordan con poca frecuencia en el ámbito de lo público, como es la desaparición forzada.

En los últimos años la visibilización de la desaparición forzada ha tenido mayor fuerza en la esfera pública a través de creaciones individuales y colectivas. Un sinnúmero de actividades simbólicas, artísticas y de movilización que organizaciones, comunidades y familiares han realizado, no solamente como un acto de denuncia, sensibilización y pedagogía, sino también como parte de la elaboración de su duelo tanto íntimo como colectivo. Prácticas de memoria que se articulan con prácticas culturales y artísticas tales como cantos, danzas, rituales, obras performáticas, artes escénicas, murales, dibujo, cortometrajes, exposiciones fotográficas, galerías de la memoria, entre otras, que muestran a la sociedad las diferentes caras de la desaparición generando nuevos significados. Artistas, grupos y colectivos que, a través del arte como medio de comunicación, hacen pedagogía sobre lo que pocos conocen, haciendo visible esta realidad como una promesa de esperanza para lograr un diálogo intercultural.

Un recorrido por algunas de las creaciones

Las obras artísticas hablan por sí solas y es el público quien tiene la última palabra. Son muchas las acciones que se han desarrollado por artistas, organizaciones, comunidades e individuos y que dan cuenta de la importancia de las diversas voces sobre las desapariciones en Colombia. Lo más importante es que estas apuestas artísticas puedan ser vistas y reconocidas por muchas más personas en el país y en el mundo como una labor de sensibilización y a su vez pedagogía frente a esta realidad de la cual poco se habla.

Las expresiones artísticas ponen de manifiesto a la sociedad y sus ciudadanos la dimensión de la tragedia y la necesidad de no repetirla

Resultaría sesgado ilustrar aquí un solo caso concreto, como también resulta imposible hacer un listado y nombrarlos a todos. Sin embargo, podemos resaltar algunas de estas propuestas para que las y los lectores puedan explorarlas y generar sus propias reflexiones. El propósito aquí es mostrar las dos dimensiones, la del artista/narrador quien de forma personal en colaboración con víctimas y comunidades les hace un homenaje evocando su dolor y sus esperanzas, como también la de colectivos y/u organizaciones quienes, en creaciones colectivas, conjuntamente presentan sus trabajos al público, visiones derivadas de los procesos artísticos de construcción de memoria.

Podemos comenzar en la década de los noventa con el trabajo de la reconocida artista Doris Salcedo, Atrabiliarios, quien por varios años estuvo escuchando a los familiares de víctimas de desaparición forzada. Y la obra Aliento, del artista Oscar Muñoz (1999), en donde las imágenes de jóvenes desaparecidos aparecen cuando el espectador respira sobre ellas.

Posteriormente, la famosa artista colombiana Beatriz González en homenaje a las víctimas anónimas del conflicto armado hizo una unión entre arte, arquitectura y memoria llamada Auras Anónimas (2009). Para esta obra se intervinieron casi 9.000 lápidas del cementerio central de Bogotá para el actual Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, las cuales sirvieron de fosa común para los miles de muertos del Bogotazo, 9 de abril de 1948. Una obra de arte público para reflexionar.

Todas estas iniciativas son una forma de comunicarse con los seres queridos y desaparecidos, elaboran un mensaje íntimo y público a la vez

En el mismo Centro de Memoria se expuso Madres Terra, del fotógrafo Carlos Saavedra (2008), compuesta por retratos de madres enterradas bajo tierra, como acto de reconocimiento por mantener viva la memoria de sus hijos víctimas de desaparición forzada en Colombia.

El último ejemplo, desde una perspectiva íntima y personal, incluye varias propuestas fruto de una misma experiencia: el documental Cuerpo 36 (2015) de la antropóloga forense Helka Quevedo, basado en la investigación «Textos corporales de la crueldad», del Centro de Memoria Histórica; la iniciativa El Bosque de Paz y Reconciliación, donde se siembran árboles y cada vez que un cuerpo es identificado se invita a la familia del desaparecido a que reciba el árbol que algún colombiano ha adoptado y cuidado; y el libro Un lugar para otras voces (2018), donde Quevedo plasmó sus experiencias a través de doce cartas a un grupo de personas desaparecidas por paramilitares en Caquetá, en lugares donde a los paramilitares les enseñaban técnicas de tortura1.

Por otra parte, una importante iniciativa lanzada recientemente es el portal Colombia Desaparición Forzada, a través del cual podemos hacer un recorrido entre diferentes propuestas artísticas para abordar las desapariciones.

Hay también numerosos ejemplos de creaciones colectivas nacidas de personas que han vivido directamente el drama de las desapariciones, con una capacidad de resistencia, resiliencia, de acción social y política. Una de las acciones más representativas es la Galería de la Memoria, iniciativa de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, junto con otras organizaciones, que realiza una muestra itinerante con fotografías de personas desaparecidas con el objetivo de trabajar en la reconstrucción de la memoria histórica en el espacio público. Otro ejemplo es Antígonas Tribunal de Mujeres del Colectivo Madres de Soacha, que exige justicia y dignidad por las víctimas y los desaparecidos a través de danzas y canciones. Desde el 2008, Madres de los Falsos Positivos de Soacha han trabajado incansablemente por ser escuchadas participando en varias iniciativas artísticas. Actualmente desarrollan el proyecto, donde tallan los rostros de sus hijos en trozos de madera.

Las obras son un medio poético que nos permite reconocer la capacidad de los familiares para transformar y construir otros imaginarios sobre la desaparición

En la Comuna 13 de Medellín se encuentra La Escombrera, posiblemente una de las fosas comunes más grandes de Latinoamérica, después de que, en el año 2002, la Operación Militar Orión, en connivencia con paramilitares, dejara cientos de desaparecidos y continuara siendo un sitio de inhumación de víctimas. Ese mismo año nace Agroarte como plataforma que articula cinco procesos organizativos de base y quienes a través de diferentes metodologías basadas en las artes promueven la “reapropiación del territorio, el intercambio intergeneracional y el fortalecimiento al tejido social”. Una de ellas es Cuerpos Gramaticales, una “acción performática político-artística (siembra de los cuerpos) que narra las historias de violencia ejercida ante los cuerpos y el territorio” a través de actividades preparatorias desde el teatro, la danza, el tejido y la escritura.

Otros trabajos destacados son el libro Memorias poéticas de la Diáspora Colombiana (2019), de mujeres en el exilio; la serie de cortos documentales BuscArte, de la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD); el cortometraje Mi regreso a las orillas del río; la animación La nube que oscureció nuestras vidas; o el dramatizado Nuestra búsqueda. Otra bella iniciativa es Costurero de la Memoria, que surgió en 2007 desde una diversidad de mujeres, como un ejercicio para compartir a través del diálogo y escucha desde el tejido, una metáfora de coser, tejer, unir y remendar fragmentos e historias de vida, liderada por la afrocolombiana Virgelina Chará.

Es importante también considerar las afectaciones ocasionadas por la desaparición forzada en las comunidades indígenas y afrocolombianas, lo cual desarmoniza espiritual y culturalmente sus territorios. Un caso emblemático es el de Kimy Pernía del pueblo Emberá Katío al norte de Colombia y las historias y cantos de las Mujeres Buscadoras de Tumaco, quienes buscan a sus hijos desparecidos.

Las creaciones colectivas son un proceso catártico que contribuye a la exploración y comprensión de sus propios sentimientos como víctimas

Hemos visto como muchas de estas iniciativas son propiciadas por mujeres, pues ellas han sufrido los efectos desproporcionados del conflicto armado. Una muestra de ello es el acto organizado por la Comisión de la Verdad y la UBPD en la ciudad de Pasto en 2019, donde más de 400 mujeres de todas las regiones del país, indígenas, campesinas, exiliadas, víctimas de la desaparición alzaron su voz: «Nuestra ausencia es la misma, pero nos hemos encontrado en el dolor.

Donde hay arte, hay diálogo y hay esperanza

Todas estas iniciativas sirven como un lienzo, una forma de comunicarse con los seres queridos y desaparecidos. Dibujan los sentires y rituales de las víctimas y elaboran un mensaje íntimo y público a la vez, una ventana de comunicación ante el mundo, transmitiendo mensajes de esperanza, libertad y dignidad, como un acto estético político desde la cotidianidad.

Los impactos psicosociales y los daños ocasionados por la desaparición forzada sobre las víctimas (directas e indirectas) y sobre las comunidades a las que pertenecen y sobre su entorno, dan cuenta de la magnitud de este crimen. El acto de desaparecer niega la condición humana, la ausencia como pérdida, pero al mismo tiempo como expectativa de vida.

Es importante ver cómo los efectos, impactos y daños en las familias y comunidades, en lugares y territorios, han transformado el sentido de muchos de esos grupos humanos y esos paisajes, y a través del arte se ha gestado un nuevo simbolismo. La creación de estos lugares simbólicos está ligada a la reconfiguración de sus identidades personales y colectivas.

Todas estas iniciativas artísticas no son simplemente actos simbólicos; son una forma de lucha contra la impunidad y de configuración de la verdad histórica

En muchas de estas creaciones el dolor es protagonista. Son obras que reflejan el dolor de la ausencia transformado en fuerza y su incansable búsqueda de la verdad como pieza fundamental para la justicia. Obras en las que se plasma la voluntad, la fuerza, la resistencia y el trabajo por una vida más digna. Un medio poético que nos permite reconocer la capacidad de las personas familiares para transformar y construir otros imaginarios sobre la desaparición y que buscan generar puentes de reconocimiento entre diferentes actores.

Las creaciones colectivas son un proceso catártico que contribuye a la exploración y comprensión de sus propios sentimientos como víctimas de la desaparición forzada. No es fácil documentar los impactos y daños emocionales, pero lo logrado a través de diferentes puestas en escena o escenarios artísticos es que se puede manifestar e imaginar la desaparición de otro modo. Es importante como un acto de reconocimiento de su dolor, el poder documentar y transformar ese cúmulo de emocionalidades, invocarlas y hacerlas presentes como un acto sanador, como ejercicio pedagógico, de visibilización y de sensibilización hacia la opinión pública, y además, como una práctica individual y colectiva. Se trata de una manera de resignificar territorios, cuerpos, historias y vidas a través del diálogo artístico.

Cuando se convoca a un grupo de personas, se recupera un importante trozo de la historia inédita, pues se invoca la importancia de contar sus historias, de relatar su verdad de otra manera. Esto forma parte imprescindible en la reconciliación del país, al poder revelar las violencias que les infringieron específicamente por el hecho de ser mujeres, hombres, campesinos, indígenas, sindicalistas, afrocolombianos. Todas estas iniciativas artísticas no son simplemente actos simbólicos; son una forma de lucha contra la impunidad y de configuración de la verdad histórica desde distintas voces sobre los crímenes de lesa humanidad en Colombia.

1. Pueden escuchar ésta y otras historias que recogen diferentes voces de las víctimas en el podcast: Voces desde el territorio del diario El Espectador, en el que se cuenta con un espacio llamado: “Hablan los Desaparecidos, una serie para recordar a quienes no regresaron del conflicto.

SOBRE EL AUTOR
Alejandro Valderrama Herrera es antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia, MA International Peacebuilding, Security and Development Practice de la Universidad Nacional de Irlanda, Maynooth. Consultor e investigador independiente especializado en los campos de la Educación, los Derechos Humanos y el Desarrollo. Pertenece al Colectivo Arts Dialogue de la organización Beyond Skin en Irlanda del Norte.

Fotografía Proyecto Costurero de la memoria, Colombia.

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