Hace pocas semanas Azerbaiyán ganó una guerra en tan sólo 24 horas: forzó a las fuerzas armadas del enclave armenio de Nagorno-Karabaj a rendirse, y a las autoridades civiles a aceptar la disolución administrativa que los gobernaba: un país que había proclamado una declaración unilateral de independencia, y había ejercido como tal durante décadas, hacía ahora una declaración de autodisolución, forzada por las armas de las tropas de ocupación. En los años 90 Armenia había ganado la guerra contra Azerbaiyán. Tres décadas después han cambiado las tornas.

Desde el ámbito de la construcción de paz insistimos en que los conflictos sociales y políticos no pueden resolverse con las armas. Siempre es mejor el diálogo y la negociación que la guerra. A la luz del conflicto de Nagorno-Karabaj, pero también de otras guerras recientes como la de Siria, Afganistán o Etiopía, quizás conviene matizar este argumento: las guerras sí que se pueden ganar militarmente, pero sólo con un alto coste en vidas humanas, sobre todo de civiles inocentes. Además, una victoria suele ser temporal, porque no hace más que alimentar la espiral de agravios y la sed de venganza.

El pasado viernes, Hamás asesinó a más de 600 israelíes en su incursión militar. Esto es una violación flagrante del derecho internacional humanitario, el derecho que regula lo que está permitido y lo que no está permitido en una guerra. Asimismo, Hamás ha puesto a toda la población de Gaza en peligro, porque la respuesta del gobierno de Israel también viola el derecho internacional humanitario. De hecho, Israel ha ignorado desde hace décadas múltiples resoluciones de las Naciones Unidas en relación a los territorios palestinos ocupados y al trato a la población palestina.

El conflicto de Israel y Palestina es probablemente el conflicto más complejo del mundo. Y, a diferencia de la mayoría de otros conflictos, tiene un poder polarizante extraordinario, entre quien apoya a Palestina y quien apoya a Israel. Quien más quien menos en todo el mundo tiene sus razones para criticar a una a las partes. Y todo el mundo tiende a callarse las propias contradicciones cuando se violan los derechos humanos de una de las partes sobre la otra.

El conflicto también pone en evidencia las limitaciones del derecho internacional y el doble rasante en las relaciones internacionales: Ucrania tiene derecho a defenderse frente al ataque de Rusia; pero cuando los palestinos se defienden ante la invasión de Israel se les tacha de terroristas. Asimismo, resulta completamente paradójico que los máximos defensores de la causa palestina sean regímenes autoritarios como los de Siria e Irán, que encarcelan y asesinan a su propia población.

El conflicto es complejo porque viene de lejos, de mucho antes de la creación del Estado de Israel. Y porque tiene una relación directa con lo más profundo de las identidades religiosas judía, cristiana y musulmana. Pero también por su dimensión regional y global: en un mundo multipolar, donde las débiles reglas del juego que tenemos son cada vez más ignoradas, es fácil que un conflicto local salte de escala y se convierta en un conflicto regional e, incluso, mundial.

La teoría de resolución de conflictos indica la necesidad de superar una dinámica de suma cero, donde unos ganan y otros pierden. Desgraciadamente, todos los intentos por crear las condiciones donde todos ganan -fundamentalmente la idea de unos estados israelí y palestino vecinos y amigos- hasta la fecha han fracasado. De momento gana Israel, que tiene mayor poder económico y militar, y más apoyos internacionales (incluso de un número creciente de países árabes, antiguos aliados de los palestinos). Pero como hemos aprendido recientemente en Azerbaiyán, las victorias militares pueden volverse en contra al cabo de un tiempo.

No existe ninguna fórmula para resolver este conflicto. Es posible que sea irresoluble y que el menor de los males sea reducir las razones y el poder de violar los derechos humanos. Todo el mundo tiene responsabilidades, pero en un conflicto asimétrico, la tienen sobretodo los actores con mayor poder. Si no mueven ficha, la dinámica seguirá igual: cada vez peor. Una situación en la que, a la larga, todos pierden, todos perdemos.

Kristian Herbolzheimer, director del ICIP

Artículo publicado en el diario «Catalunya Plural» el 8 de octubre de 2023

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